Versión femenina, libre y comunitaria
Ellas se pusieron en marcha temprano. No podían esperar. La noche, aliada, les regalaba todavía los reflejos de la luna que ya había empezado su repliegue. Conjugaron la prisa con las ojeras producidas por la falta de descanso y el cansancio del dolor vivido que seguía atenazando sus corazones.
¡Hay tanto movimiento en los inicios de la Pascua! ¡Hay tantos sentimientos contrarios! Miedo y alegría. Sorpresa y postración. Temor y consuelo. Intermediación y envío.
Suena un nombre “¡María!”, desaparece el temor y los pies se ponen de nuevo en marcha: hay una misión… y es comunitaria.
¡Cuánta Vida en los inicios de la Pascua!
Ellos… ¿Dónde están ellos? Paralizados por el temor. Encerrados por miedo a ser reconocidos y cerrándose a la novedad que cambiaría sus vidas tanto individual como comunitariamente. Incrédulos del mensaje de las mujeres y de los dos de Emaús. ¡No había nada que hacer!
Ellas no tenían voz en aquella sociedad, por tanto su palabra tampoco tenía credibilidad para aquellos con los que habían caminado siguiendo al Maestro.
Ellos si la tenían, pero de nada les servía. El pánico les había arrebatado la confianza en Aquel a quien siguieron hasta que los problemas empezaron, y el espanto, de lo que creyeron era el punto final, la muerte de Jesús, les arrastró al agujero negro de la desesperanza.
Ardua tarea que, aquella incipiente y pequeña comunidad aterrorizada, se dejara modelar por el testimonio de las mujeres y de los dos caminantes deprimidos. No fue suficiente.
Ellos necesitaron varias apariciones en directo y una buena regañina por “su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado”. Necesitaron encontrarle en su territorio cotidiano, entre barcas, peces y brasas encendidas en la orilla. “Es el Señor” dijo aquel discípulo.
Ellos, en su encierro, escucharon reiteradamente: “Paz a vosotros”… y, como no estaban abiertos a creer, les mostró sus manos y el costado como pruebas visibles. ¡Ahora sí, la alegría lleno sus corazones y recibieron el impulso del Espíritu para implicarse y contar al mundo lo que ellos se habían resistido a creer.
No quedó aquí la cosa porque faltaba uno, Tomás, que no se lo puso fácil a sus compañeros. Tuvieron que asumir la misma incredulidad y resistencias que ellos habían tenido y que eran idénticas a las del recién llegado. Él pedía datos científicos claros y contundentes. Como dice el refrán: “Si no lo veo, no lo creo”.
Amor incuestionable. Paciencia infinita. Volvió Jesús ofreciendo de nuevo paz y datos. Poniendo todo su empeño en que la comunidad, ellas y ellos, fueran a contar al mundo lo que el Espíritu les decía por dentro: ¡Sal y cuéntalo!
MARI PAZ
ECLESALIA