PERMANECER EN SU AMOR
En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos:
Como el Padre me ha
amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos permaneceréis
en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y
permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en
vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento:
que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que
el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo
os mando.
Ya no os llamo siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros
los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para
que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros (Juan 15, 9-17).
NO DESVIARNOS DEL AMOR
<<Permanecer en
mi amor>>. Es lo primero. No se trata solo de vivir en una religión, sino
de vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe del Padre. Ser cristiano
no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una cuestión de amor.
Permanecer en el amor
de Jesús no es algo teórico.
Consiste en <<guardar
sus mandamientos>>. <<Este es mi mandamiento: que os améis unos a
otros como yo os he amado>>.
Jesús no presenta este
mandato del amor como una ley que ha de regir nuestra vida haciéndola más dura
y pesada, sino como una fuente de alegría.
A nuestro cristianismo
le falta, con frecuencia, la alegría de lo que se hace y se vive con amor.
DEL MIEDO AL AMOR
Este mandato es la clave
del cristianismo: <<Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permanecer
en mi amor>>.
En la vida de bastantes
cristianos ha habido y hay todavía demasiado temor, demasiada falta de
confianza filial en Dios, ahogando así aquella alegría inicial, viva y contagiosa
que tuvo el cristianismo.
La aceptación de Dios o
su rechazo se juega en gran parte, en el modo en que lo sentimos de cara a
nosotros.
Si lo percibimos solo
como vigilante implacable de nuestra conducta hacemos cualquier cosa para
rehuirlo.
Si lo experimentamos como
amigo que impulsa nuestra vida, lo buscaremos con gozo. Por eso, uno de los servicios
más grande que la Iglesia puede hacer al ser humano es ayudarle a pasar del
miedo al amor de Dios.
Sin duda hay un temor a
Dios que es sano y fecundo. Es el temor a malograr nuestra vida cerrándonos a
él.
<<Os he dicho
esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a la
plenitud>>.
AL ESTILO DE JESÚS
Jesús se está despidiendo
de sus discípulos. Los ha querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor
con que lo ha amado el Padre. Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No
saben quererse. Los ve discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos.
¿Qué será de ellos?. << Este es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado>>
De Jesús quedó un recuerdo
imborrable. Las primeras generaciones resumían así su vida: <<Pasó por
todas partes haciendo el bien>>. Era bueno encontrarse con él.
Buscaba siempre el bien
de las personas. Ayudaba a vivir.
Su vida fue una Buena
Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía buena de Dios.
Jesús tiene un estilo
de amar inconfundible. Es muy sensible al sufrimiento de la gente. No puede
pasar de largo ante quién está sufriendo.
Quién ama como Jesús
vive aliviando el sufrimiento y secando lágrimas. Los evangelios recuerdan en
diversas ocasiones como Jesús captaba con su mirada el sufrimiento de la gente.
Los miraba y se conmovía: los veía sufriendo y abatidos, como ovejas sin
pastor.
Rápidamente se ponía a
curar a los más enfermos o a alimentarlos con sus palabras. Quién ama como
Jesús aprende a mirar los rostros de las personas con compasión.
Entonces se dedica a hacer
gestos de bondad: abraza a los niños de la calle, no quiere que nadie se sienta
huérfano; bendice a los enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios;
acaricia la piel de los leprosos: no quiere que se vean excluidos. Así son los
gestos de quien ama como Jesús.
ALEGRÍA
Sin esta alegría el
cristianismo resulta incomprensible. De hecho, la fe cristiana se extendió por
el mundo como una explosión de alegría.
Digámoslo enseguida. La
alegría del cristiano no es fruto del bienestar material o del disfrute de una
buena salud.
No nace de un temperamento
optimista. Es consecuencia de una fe viva en el Dios salvador, manifestado en Jesucristo.
Jesús pide a sus discípulos que vivan con una gran alegría <<por el único y asombroso hecho de que Dios existe>>.
<<Permaneced en mi amor…Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea completa>>.
La alegría es, de alguna
manera, << el rostro de Dios en el hombre >>.
Cristo es siempre
fuente de alegría y paz interior. Quienes lo siguen de cerca lo saben, y, a su
vez, se convierten en fuente de alegría para otros, pues la alegría cristiana
se contagia.
ALEGRÍA DIFERENTE
Las primeras generaciones
cristianas cuidaban mucho la alegría. El evangelio de Juan pone en labios de
Jesús estas palabras inolvidables: <<Os he hablado… para que mi alegría
esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena>>
¿Qué ha podido ocurrir
para que la religión de los cristianos aparezca hoy ante muchos como algo
triste, aburrido y penoso?. ¿En qué hemos convertido la adhesión a Cristo
resucitado? ¿Qué ha sido de esa alegría que Jesús contagiaba a sus seguidores?
¿Dónde está?
Esta alegría del
creyente no es fruto de un temperamento optimista. No es el resultado de un
bienestar tranquilo.
El secreto de esta
alegría está en otra parte: más allá de la alegría que uno experimenta cuando
<<las cosas le van bien>>. Pablo de Tarso dice que es una <<alegría
en el Señor>> que se vive estando arraigados en Jesús. Juan dice más: es
la misma alegría de Jesús dentro de nosotros.
La alegría cristiana
nace de la unión íntima con Jesucristo. Es una alegría que está en la raíz
misma de la vida, sostenida por la fe en Jesús.
Esta alegría no se vive de espaldas al sufrimiento que hay en el mundo, pues es la alegría del mismo Jesús dentro de nosotros. Al contrario, se convierte en principio de lucha contra la tristeza. Pocas cosas haremos más grandes y evangélicas que aliviar el sufrimiento de las personas contagiando alegría realista y esperanza.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.