Este es uno de esos
artículos que escribo en el aeropuerto, de salida, mientras voy a mi nuevo
destino en el Vicariato Apostólico de Puyo, en la Amazonía ecuatoriana. Es siempre la buena noticia de Jesús la que
nos lleva a la misión, la alegría del Evangelio lo pone a uno a correr...
Sara Manuela sintió
desde pequeñita que algo extraño, muy grande, tal vez un monstruo, la habitaba
y la limitaba, le pesaba y le dolía: “en mi -dice ella- habitaba algo, y aunque
sentía que estaba allí, no sabía muy bien qué era”.
Y un día, se decidió a
estarse en silencio, calladita, ahí con el monstruo que se movía en ella;
quiso, simplemente, estarse con él y cerrar los ojos para poder mirarlo; y
llegó la sorpresa, o mejor, la revelación, no era un monstruo, era un amigo“:
"solo cuando acepté su presencia, pude ver lo especial que era”. Mirar con amor transfigura la realidad y eso
le pasó a Sara Manuela.
Cuando miramos con
amor, nos miramos con amor, le prestamos los ojos a Dios para que saque la luz
que ilumina por dentro a la gente y a las cosas y a uno mismo.
Jairo Alberto Franco
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