Aquí veo la mano de Dios (salmo 8)
¡Señor, Padre nuestro,
qué grande es tu
nombre,
qué admirable son las
obras de tu amor!
Cuando contemplo el
cielo,
¡una maravilla
apabullante!
Cuando veo el sol y las
estrellas,
las nubes, las
tormentas,
me siento gozosamente
pequeño
y me digo: Aquí está la mano de mi Padre.
Cuando recorro la
tierra,
llena de riquezas y
sorpresas;
cuando descubro los
paisajes;
cuando me embriagan las
luces, los colores y sonidos,
me siento tiernamente
agradecido
y exclamo: Aquí está la mano de mi Padre.
Cuando me sorprende la
vida variada
en el mar, en la tierra
y en el cielo;
cuando veo la fuerza y
astucia de los animales,
su belleza, su encanto,
su inteligencia,
me siento en comunión
con todos, extasiado,
y me digo: Aquí está la
mano de mi Padre.
Cuando miro a los hijos
de los hombres
y veo sus trabajos, sus
afanes, sus amores,
sus progresos, sus
conquistas y sus grandes esperanzas,
comprendo que los has
coronado de gloria y dignidad,
destinados a cultivar
la obra de tus manos.
Y me pregunto,
aturdido:
¿Qué es el hombre para
que te acuerdes de él?
Y tengo que confesar:
eres un Dios, amigo de los
hombres.
Y cuando me contemplo a
mí mismo,
y me siento
gratuitamente amado,
y no sé de dónde me
viene la alegría,
y siento que todo el
cielo está dentro de mí,
me doy cuenta,
emocionado, que soy un hijo tuyo,
y tengo que gritar y
cantar y repetir
con un amor
inexplicable:
¡Qué grande eres,
Señor!
¡Qué grande es tu amor
para conmigo!
Verdaderamente, oh
Dios, tú eres mi Padre.
LOS OTROS SALMOS
Colaboración de Juan García de Paredes.