Una de las obsesiones
de la derecha son los emigrantes. “¡Qué no vengan!” “Roban, quitan el trabajo a
los españoles, se llevan las ayudas sociales” “Aquí no los queremos, ni aunque
sean niños”. Esas afirmaciones de que roban y quitan el trabajo a los españoles
son fundamentalmente falsas, pero no voy ahora a refutarlas. Quiero plantear
una pregunta, que he oído muy pocas veces, y me parece algo fundamental sobre lo
que es necesario reflexionar:
¿Por qué vienen?
Vienen jugándose la
vida. Desde que comenzó la recopilación de datos, hace ahora una década, al
menos 61.457 personas han muerto o desaparecido en trayectos migratorios en todo
el mundo. Más de un tercio, 28.806 personas, solo en el Mediterráneo. En la
ruta Canaria se calcula que han muerto 21.000 personas, sin contar las pateras
o cayucos que han desaparecido sin dejar rastro. Siendo conscientes también de
que muchas personas que se lanzan a la aventura de embarcarse en una patera no
vivían en la costa, y han tenido que hacer un largo, penoso, y muchas veces
peligroso viaje para llegar a un punto de embarque.
A pesar de todo siguen
y cada vez más, lanzándose al arriesgado viaje. Y cuando llegan no encuentran
el paraíso, sino una vida dura y difícil, donde normalmente tienen que
desempeñar los trabajos más penosos y peor pagados del país. Aun así, hablan de
“efecto llamada”. ¿Cómo será la vida en sus países de origen para que eso
suponga una “llamada”?
Todo esto nos habla de
la brutal desigualdad que hay entre unos países y otros. La gran mayoría de
países de los que proceden los emigrantes han sido colonias de países europeos,
que han explotado esas colonias a su antojo, y hoy muchas empresas
multinacionales siguen extrayendo y beneficiándose de las riquezas naturales de
esos países, que soportan un bajísimo nivel de vida.
A la vista de estas circunstancias, cuando las derechas se esfuerzan por cerrar fronteras y rechazar a todos estos emigrantes, nos dan una muestra más de su falta de humanidad y de principios éticos. Su pretendido patriotismo sólo encierra un brutal egoísmo, que puede ser un egoísmo colectivo: “Nosotros primero y por encima de todo”. Pero del fondo de la persona no sale sólo el egoísmo colectivo, con él va el egoísmo individual, personal que impregna toda la mentalidad de las derechas.
Con esto no quiero
decir que en el campo de la derecha no pueda haber buenas personas, que actúan
y opinan pensando que eso es lo correcto. En esa mentalidad han sido educados,
eso es lo que se respira en el ambiente que les rodea. Y a eso ha contribuido
de una manera importante la postura de la jerarquía eclesiástica, que durante
mucho tiempo se ha posicionado abiertamente a favor de las derechas, tomando
una postura claramente antievangélica. El Papa Francisco ha supuesto un cambio
radical en esta postura, pero veremos cómo sigue la Iglesia cuando él falte.
Si, por un motivo u
otro nos preocupa la emigración creciente, los países europeos lo que tenemos
obligación de hacer es fomentar el desarrollo de los países de origen. Mientras
esto no se consiga, rechazar la venida de emigrantes es una vulneración clara
de derechos humanos básicos (cosa que, por supuesto, a la derecha no le importa
nada).
Antonio Zugasti