MATRIMONIOS ROTOS
En aquel tiempo se
acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba:
¿Le es lícito a un
hombre divorciarse de su mujer?
Él les replicó:
¿Qué os ha mandado
Moisés?
Contestaron:
Moisés permitió divorciarse
dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les dijo:
Por vuestra terquedad
dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación, Dios los creó hombre
y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su
mujer y serán los dos una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre.
En casa, los discípulos
volvieron a preguntarle sobre lo mismo.
Él les dijo:
Si uno se divorcia de
su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se
divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
Le presentaron unos
niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús
se enfadó y les dijo: es mí; no se lo impidáis; de los que son como ellos es el
reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño,
no entrará en él.
Y los abrazaba y los
bendecía imponiéndoles las manos
(Marcos 10,2- 16).
EN DEFENSA DE LA MUJER
Lo que más hacía sufrir
a las mujeres en la Galilea de los años treinta del siglo I era su sometimiento
total al varón dentro de la familia patriarcal. El esposo las podía incluso repudiar
en cualquier momento abandonándolas a su suerte. Este derecho se basaba, según
la tradición judía, nada menos que en la ley de Dios.
Los maestros discutían sobre los motivos que podían justificar la decisión del esposo. Mientras los doctos varones discutían, las mujeres no podían elevar su voz para defender sus derechos.
En algún momento, el
planteamiento llegó hasta Jesús: <<¿Puede el hombre repudiar a su esposa?>>.
Su respuesta desconcertó a todos.
Dios creó al varón y a
la mujer para que fueran <<una sola Carne>>. Los dos están llamados
a compartir su amor, su intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en comunión
total. De ahí el grito de Jesús: <<Lo que ha unido Dios, que no lo separe
el varón>> con su actitud machista.
Dios quiere una vida más
digna, segura y estable para esas esposas sometidas y maltratadas por el varón
en los hogares de galilea. En el mensaje de Jesús hay una predicación dirigida
exclusivamente a los varones para que renuncien a su <<dureza de
corazón>>.
¿Dónde se escucha hoy este
mensaje?, ¿Cuándo llama la Iglesia a los varones a esta conversión? ¿Qué
estamos haciendo los seguidores de Jesús para revisar y cambiar comportamientos,
hábitos, costumbres y leyes que van claramente en contra de la voluntad
original de Dios al crear al varón y a la mujer?
ANTES DE SEPARARSE
Algunas parejas
consideran que el amor es algo espontáneo. Si brota y permanece vivo, todo va
bien. Si se enfría y desaparece, la convivencia resulta intolerable.
Entonces lo mejor es
separarse <<de manera civilizada>>.
Hay también quienes han
encontrado un amor fuera de su matrimonio y se sienten tan atraídos por esa
nueva relación que no quieren renunciar a ella. No quieren perderse nada, ni su
matrimonio ni ese amor extramatrimonial.
Las situaciones son
muchas y, con frecuencia muy dolorosas. Niños tristes que sufren el desamor de
sus padres.
Estas parejas no
necesitan una <<receta>> para salir de esa situación. Sería demasiado
fácil. Lo primero que le podemos ofrecer es respeto, escucha discreta, aliento para
vivir y, tal vez, una palabra lúcida de orientación.
Lo primero es no
renunciar al diálogo. Descubrir lo que no funciona. Poner nombre a tantos
agravios mutuos que se han ido acumulando sin ser nunca elucidados. Si cada uno
se encierra en una postura de egoísmo mezquino, el conflicto se agrava.
Cada día vivido juntos,
cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja,
dan consistencia real al amor. La frase de Jesús: <<Lo que Dios ha unido
que no lo separe el hombre>>, tiene sus exigencias mucho antes de que
llegue la ruptura, pues las parejas se van separando poco a poco, en la vida de
cada día.
SEPARADOS, PERO PADRES
Durante estos años he
podido compartir de cerca el duro camino de la separación de esposos y esposas
que un día se quisieron de verdad. Los he visto sufrir, dudar y también luchar
por un amor ya desaparecido. Los he visto soportar los reproches, la
incomprensión y el distanciamiento de quienes parecían sus amigos. Junto a ellos
he visto también sufrir a sus hijos.
No es del todo cierto que
la separación de los padres cause un trauma irreversible a los hijos. Lo que
les hace daño es el desamor, la agresividad o el miedo que, a veces, acompaña a
una separación cuando se realiza de forma poco humana.
Nunca se debería
olvidar que los que se separan son los padres, no los hijos. Estos tienen
derecho a seguir disfrutando de su padre y de su madre, juntos o separados y no
tienen por qué sufrir su agresividad ni ser testigos de sus disputas y
litigios.
Por eso mismo no han de
ser coaccionados para que tomen partido por uno u otro. Tienen derecho a que
sus padres mantengan ante ellos una postura digna y de mutuo respeto.
Los hijos tienen derecho
además a que sus padres se reúnan para tratar de temas relativos a su educación
y salud. La pareja no han de olvidar que, aun estando separados, siguen siendo
padres de unos hijos que los necesitan.
Estos padres necesitan
en más de una ocasión apoyo, compañía o ayuda que no siempre encuentran en su entorno,
su familia, sus amigos o su comunidad cristiana.
ANTE LOS DIVORCIADOS
En general, los divorciados
no se sienten comprendidos por la Iglesia ni por las comunidades cristianas. La
mayoría solo percibe una dureza disciplinar que no llegan a entender.
Abandonados a sus problemas y sin la ayuda que necesitarían, no encuentran en la
Iglesia un lugar para ellos.
No se trata de poner en
discusión la visión cristiana del matrimonio, sino de ser fieles a ese Jesús
que al mismo tiempo que defiende el matrimonio, se acerca a todo hombre o mujer
ofreciendo su comprensión y su gracia precisamente a quienes más las necesitan.
¿Cómo mostrar a los
divorciados la misericordia infinita de Dios a todo ser humano? ¿Cómo estar
junto a ellos de manera evangélica?.
Antes que nada hemos de
recordar que los divorciados que se han vuelto a casar civilmente siguen siendo
miembros de la Iglesia. No están excomulgados; no han sido expulsados de la
Iglesia.
El mismo Juan Pablo II
exhorta a los responsables de la comunidad cristiana a <<que ayuden a los
divorciados cuidando, con caridad solícita, que no se sientan separados de la
Iglesia.
Es injusto que una
comprensión estrecha de la disciplina de la Iglesia y un rigorismo que tiene
poco que ver con el Espíritu de Jesús nos lleven a marginar y abandonar incluso
a personas que se esforzaron sinceramente por salvar su primer matrimonio.
En cualquier caso, a
los divorciados que os sintáis creyentes solo os quiero recordar una cosa: Dios
es infinitamente más grande, más comprensivo y más amigo que todo lo que podáis
ver en nosotros, los cristianos, o en los hombres de Iglesia. Dios es Dios.
Cuando nosotros no os comprendemos, él os comprende. Confiad siempre en él.
ANTE LOS MATRIMONIOS
ROTOS
Antes que nada hemos de
entender con más serenidad la posición de la Iglesia ante el divorcio, y ver
con espíritu evangélico que la defensa de su doctrina sobre el matrimonio no ha
de impedir nunca una postura de comprensión, acogida y ayuda.
Cuando la Iglesia defiende
la indisolubilidad del matrimonio y prohíbe el divorcio, esto no significa que necesariamente
hayamos de considerar como negativo todo lo que los divorciados viven en esa
unión no sacramental. En muchos de ellos hay amor auténtico, fidelidad, entrega
generosa a sus hijos, preocupados por su educación. Los cristianos no podemos
rechazar ni marginar a esas parejas, víctimas muchas veces de situaciones
enormemente dolorosas, que están sufriendo o han sufrido una de las
experiencias más amargas que pueden darse: la destrucción de un amor que
realmente existió.
¿Quiénes somos nosotros
para considerarlos indignos de nuestra acogida y nuestra comprensión?
Las palabras de Jesús:
<<Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre>>, nos invitan a
defender la exigencia de fidelidad que se encierra en el matrimonio. Pero esas mismas
palabras, ¿no nos invitan también de alguna manera a no introducir una
separación y una marginación de esos hermanos y hermanas que sufren las consecuencias
de su fracaso matrimonial?