era un ‘obispo del Evangelio, en la Iglesia, pero no ‘de la Iglesia’
¿Errores del Espíritu
Santo?
Felice Scalia, SJ,
sobre el libro de Lorenzo Tommaselli , Jacques Gaillot – Un obispo para el
Evangelio , Il Pozzo di Jacobe, Trapani 2024
Será el obispo que esté
decididamente del lado de los pobres, que esté en profunda comunión con los
amados de Dios, los “pobres”, los desafortunados, los inmigrantes, los
musulmanes despreciados, los sin techo, los presos, los sin papeles
(Reflexión y Liberación).- No se ha escrito una historia de las reacciones clericales y laicas ante el Concilio Vaticano II y luego ante los 50años de anticoncilio. Pero una cosa es cierta: entre 1962 y 1965, personas desconocidas para el gran público se reunieron en Roma y dieron una impronta de creatividad evangélica a la iglesia que se repensaba a sí misma y su relación con el mundo.
Posteriormente vimos en
el mundo obispos “incómodos” que, por su excentricidad, no fueron escuchados en
absoluto, incluso fueron despedidos con desdén. “Habla de ese error del
Espíritu Santo, adelante, ¿quién lo puede tomar en serio?”.
Esto no sucedió por malicia o mala fe, sino sólo porque, con el Concilio cerrado, las voces de la restauración en un sentido institucional habían prevalecido sobre la carismática y profética. De estos “errores del Espíritu Santo” sólo recuerdo algunos nombres: Anastasio Ballestrero, Luigi Bettazzi, Tonino Bello, Raffaele Nogaro, Oscar Romero y Jacques Gaillot, de quienes nos ocupamos. Por no hablar de la oposición sorda y tenaz a dos “errores” del lujo: Juan XXIII y Francisco.
En realidad no se trata de “errores del Espíritu” sino de la iglesia-institución que dejó escapar de sus redes aquellas células locas, la alegría de la gente sencilla sedienta y hambrienta de justicia, una monstruosidad y un molesto aguijón de la iglesia en en el que prevalecía más el aparato legalista-culto, empresarial, diplomático que el Evangelio.
Francisco y Gaillot
En 1982, Jacques
Gaillot fue ordenado obispo de Évreux (Normandía), un sacerdote ordinario,
“clásico” diríamos, pero marcado por 28 meses de servicio militar en Argelia,
suficientes para darle la profunda convicción de que el hombre no está hecho
para la violencia, sino amar, y que el Reino sea predicado sobre todo a los “rechazados”,
a los “derrotados”.
Será el obispo que esté
decididamente del lado de los pobres, que esté en profunda comunión con los
amados de Dios, los “pobres”, los desafortunados, los inmigrantes, los
musulmanes despreciados, los sin techo, los presos, los sin papeles. Una cuestión de gustos – habrá pensado algún
hermano en el episcopado – ¡dejémoslo en sus manos! Quizás no comprendió hasta
qué punto la elección de ser pastor de los “desperdicios” moduló su servicio a
toda la diócesis, su catequesis, su liturgia, su estilo de vida.
Gaillot era un “obispo
del Evangelio”, en la Iglesia, pero no “de la Iglesia”, un obispo para servir a
sus hermanos, como su Señor, no para sobresalir sobre los demás. Pero en cierto
momento el potencial subversivo de esta centralidad del evangelio como norma de
la iglesia explota ante los ojos de la opinión pública.
Gaillot no espera hasta
la vejez para ser fiel a su Cristo. Escribe: “Me tomo la libertad de pensar, de
expresarme, de debatir, de criticar sin miedo al cuchillo, sostenido, mantenido
en pie, no por el aparato eclesiástico sino por el Evangelio que él anuncia, y
por su gente”
En 1994 Gaillot hizo
dos gestos “subversivos”: ocupó la histórica basílica del Sagrado Corazón de
Montmartre con los “Sans Papiers” y publicó un libro donde explicaba su
posición como francés, como cristiano y como obispo de cada hombre, a quién se
le encomendó: grito contra la exclusión. El año de todos los peligros.
Quedaron muchas cosas
para enfurecer al gobierno de la época y reavivar las viejas relaciones
césar-papistas con la Iglesia católica. Se recurrió a la Santa Sede (fue el
Papa Juan Pablo II) que silenció a la Conferencia Episcopal Francesa y al
gobierno de la “nación primogénita de la Iglesia”, con la destitución de
Gaillot – en 1995 – de obispo de Évreux a obispo titular de Partenia, diócesis
inexistente durante siglos.
Las fantasías
clericales son infinitas, como inventar “pastores” sin rebaños… “El cuchillo ha
caído“, comenta Gaillot. Pero quienes creen haber puesto una mordaza al obispo
que siempre se había sentido “hecho a la medida del Evangelio” se engañan a sí
mismos.
Monseñor viaja por el
mundo, con Greenpeace, visita a prisioneros en todo el mundo (también los busca
en Messina durante una de sus visitas, exigiendo hablar con sus “hermanos”),
está del lado de cada que sufre, de cada víctima del sistema inhumano que
llamamos civilización occidental, sin importar religión, color de piel,
cultura, nacionalidad.
Un célebre teólogo de
la época, Eugen Drewermann, señala que Gaillot es un hombre pobre abandonado en
su labor pastoral, perseguido por la ceguera clerical. Y se ubica a su lado, lo
sostiene, le habla, fraternalmente.
Gaillot no espera hasta
la vejez para ser fiel a su Cristo. Escribe: “Me tomo la libertad de pensar, de
expresarme, de debatir, de criticar sin miedo al cuchillo, sostenido, mantenido
en pie, no por el aparato eclesiástico sino por el Evangelio que él anuncia, y
por su gente”.
La muerte sorprende a
esta criatura generosa y profética el 23 de abril de 2023. En la muerte -nos
parece- todavía “grita“ la necesidad de volver al Evangelio, a todo el
Evangelio. Y estamos agradecidos al profesor Tommaselli por ponerlo ante
nuestros ojos como cristianos confundidos.