No puedo decir que el Documento final del Sínodo de la sinodalidad me haya decepcionado, pues solo cabe decepción donde hay expectativas. Pero me da pena, sinceramente, por tantos hombres y mujeres (sobre todo mujeres) que se decían: “Esta vez sí, ¡bendito sea Dios!”. Sí, bendita sea la Vida, el Aliento que la sostiene en el fondo mejor de los corazones, más allá de toda expectativa.
Pero tampoco esta vez ha sido. La Iglesia seguirá dividida entre
clérigos y laicos. Los clérigos, solo ellos, seguirán detentando la última
palabra y el poder decisivo, el poder que siguen llamando “sagrado”, el poder
que solo ellos creen haber recibido directamente de Dios gracias al Sacramento
(con mayúscula) del Orden, conferido por quienes a su vez lo habían recibido de
otros, no sabemos desde cuándo ni cómo. Solo sabemos con certeza que el profeta
Jesús nunca pensó en términos clericales, en ningún poder sagrado, en una
Iglesia jerárquica (hierarchía en griego significa “poder
sagrado”).
Después de 11 años y medio de pontificado del papa Francisco, después de cuatro sínodos a bombo y platillo, todo sigue como estaba, como antes de este sínodo y de los tres que lo precedieron: el sínodo de la familia, que no dejó claro si los divorciados vueltos a casar pueden o no comulgar y en qué condiciones…); el sínodo de los jóvenes, que invita a acoger en la familia a sus miembros gais o lesbianas, pero dejando muy claro que su unión no es “ni de lejos” comparable con el matrimonio heterosexual sacramental; y el sínodo de la Amazonía, que hizo oídos sordos a la sinfonía de sus aguas; se limitó a aludir tímidamente a la posibilidad de ordenar varones casados “en regiones alejadas de la Amazonía” y a la posibilidad de una ordenación – “no sacramental”, quede claro – de mujeres como diaconisas; en la Exhortación apostólica postsinoda "Querida Amazonía" del del papa Francisco desaparecen incluso estas tímidas alusiones, sin que por ello el Amazonas deje de fluir y de cantar.
Clausurado el cuarto sínodo, insisto: el clericalismo sigue en
pie, impasible al tiempo, insensible al Aliento. El Documento final afirma
solemnemente que la Iglesia es esencialmente sinodal, es decir, comunión de
caminantes. Sínodo en griego significa “caminar
juntos”, pero la institución no camina ni avanza, y en un mundo donde todo se
mueve permanentemente no avanzar equivale a retroceder. Todo sigue como antes,
para gran desengaño de quienes esperaban mucho, o al menos esperaban algo. Pero
bendito sea también el desengaño de este Documento sinodal, si nos abre los
ojos.
El resultado era más que previsible. En la síntesis de la
primera sesión de la Asamblea Sinodal General en octubre de 2023,
desaparecieron algunos de los temas más recurrentes y espinosos propuestos por
algunas de las Conferencias Episcopales de los cinco continentes: ordenación
sacerdotal de la mujer, bendición de los matrimonios homosexuales,
reconocimiento de las personas LGTBIQ+. La síntesis menciona la ordenación
diaconal de mujeres y la dispensa del celibato para sacerdotes en
circunstancias particulares, pero… solo para pedir que se sigan estudiando esos
temas.
Así se comprende que en el Instrumentum laboris o documento-base de trabajo para la segunda sesión de la
Asamblea Sinodal (octubre de 2024), los márgenes se estrechen aun más: ya ni
siquiera se mencionan la ordenación sacerdotal de mujeres, el “diaconado
consagrado” de mujeres, la dispensa del celibato de sacerdotes, las personas
LGTBIQ+... De todo ello no se debía ni hablar. Denuncia el clericalismo, sí,
pero no cuestiona el poder clerical, sino la manera de ejercerlo. Y afirma sin
ambages: “La sinodalidad no supone en modo alguno la devaluación de la
autoridad particular y de la tarea específica que Cristo mismo confía a los
pastores: los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, y el Romano
Pontífice como ‘principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los
Obispos como de la multitud de los fieles’ (LG 23)” (n. 8); y también: “en una
Iglesia sinodal, la competencia decisoria del obispo, del Colegio Episcopal y
del Romano Pontífice es inalienable, ya que está arraigada en la estructura
jerárquica de la Iglesia establecida por Cristo” (n. 70). Con ese principio y
fundamento tan claro y contundente, sobraban este sínodo y todos los demás. Ahí
seguimos.
Y así llegamos al Documento final del Sínodo de la Sinodalidad,
publicado el pasado 26 de octubre de 2024. Una vez más denuncia más el
clericalismo, pero incluyendo esta vez en la denuncia ¡también a los laicos!,
colmo clerical: "El clericalismo, fomentado tanto por los mismos sacerdotes
como por los laicos, genera un cisma en el cuerpo eclesial que fomenta y ayuda
a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos" (n. 74). ¿Algún
camino concreto para superar el sistema clerical del poder sagrado, excluyente,
masculino y célibe? Ninguno. Vuelve a ensalzar a la mujer, eso sí, pero para
mejor subordinarla: “No hay nada en las mujeres que les impida desempeñar
funciones de liderazgo en las Iglesias: lo que viene del Espíritu Santo no debe
detenerse”. Pero prosigue: “Sigue abierta la cuestión del acceso de las mujeres
al ministerio diaconal. Es necesario un mayor discernimiento a este respecto”
(n. 60). Podría tomarse como una pésima escapatoria final, pero yo lo veo más
como reflejo de la impotencia, del callejón sin salida, y de una de sus causas
fundamentales: la obsesión misógina tan típica del clericalismo a lo largo de
la historia. He ahí un buen tema para otro sínodo necesario, pero ya no
dirigido por obispos, sino por historiadores, sociólogos, psicólogos y
neurocientíficos del hecho religioso.
Todo queda, pues, donde estaba antes de empezar este Sínodo y
los tres precedentes. “Es agotador”, dijo Georg Bätzing, Presidente de la
Conferencia Episcopal Alemana, refiriéndose a los interminables y estériles
intentos por superar el bloqueo al que el Vaticano, con el papa al frente, ha
sometido el Camino Sinodal de Alemania desde su apertura en 2019 con todas sus
reivindicaciones: ordenación sacerdotal de las mujeres, participación de los
laicos en las decisiones episcopales, posibilidad de matrimonio de los
sacerdotes, bendición de las uniones homosexuales, reforma de la doctrina moral
católica sobre la sexualidad. No me cabe duda de que eso mismo habrá dicho
Bätzing para sí infinidad de veces en las largas sesiones sin salida del Sínodo
de la Sinodalidad del que era miembro importante.
Es más. Pienso que eso mismo debe de estar sintiendo y pensando
el papa Francisco, a sus 86 años: “Es agotador”. No me extraña que el pasado
día 26, en el acto de clausura del Sínodo, anunciara sorprendentemente: “No
pretendo publicar una exhortación apostólica”. ¿Para qué – podría haber añadido
– si ya no podemos caminar, si no hemos avanzado ni podemos avanzar? Lo que sí
añadió fueron unas palabras que se prestan a diversas interpretaciones:
“Y ahora, a la luz de lo que ha surgido del camino sinodal, hay y habrá
decisiones que tomar”. Entiendo que la mejor decisión, la más digna y humana,
sería la dimisión. Ya se verá.
Lo que ya se ha visto es que, después de diez años y medio de
papado, de cuatro sínodos, de múltiples Instrumenta laboris, síntesis sinodales, Exhortaciones apostólicas postsinodales, después de muchas esperanzas o sueños
primaverales, de tanto documento, texto y voto, de tanta palabra, palabra y
palabra, cuando el otoño llegaba a su cénit, la cosecha es nula. No se
atrevieron a liberarse de ideas, normas y privilegios del pasado. No se dejaron
inspirar e impulsar por el Espíritu de la transformación permanente de todas
las cosas, el Espíritu de la fraternidad-sororidad universal, el Espíritu de la
“buena novedad” (Evangelio) que anunció Jesús. No meditaron suficientemente
aquellas palabras que pronunciaron sus labios proféticos, su lengua libre y
arriesgada: “El que
pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios” o el Aliento vital (Lc 9,62). El
arado tropieza, la tierra no respira y se malogra la primavera, el nuevo pan de
la Pascua universal.
Pero no, el sol amanece cada día, la luna brilla cada noche, el
otoño camina al descanso, en el silencio del invierno germinará la espiga,
celebraremos la Pascua. Queremos vivir y seguiremos caminando, seguiremos
compartiendo el camino hecho de muchos y diversos caminos. Y, cada vez que el
Espíritu sinodal así nos inspire, haremos caso omiso del Derecho Canónico,
inmóvil e inamovible, para que la vida siga y crezca.
José Arregi