LO QUE NOS PUEDEN ENSEÑAR LOS POBRES
En aquel tiempo
enseñaba Jesús a la multitud y les decía: ¡Cuidado con los letrados! Les
encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza,
buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los
banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos.
Esos recibirán una sentencia más rigurosa.
Estando Jesús enfrente
del cepillo del templo observaba a la gente que iba echando dinero; muchos
ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus
discípulos les dijo: Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más
que nadie. Porque los demás han echado de los que les sobra, pero esta, que
pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir (Marcos 12, 38-44).
CONTRASTE
El contraste entre las
dos escenas es total. En la primera Jesús pone a la gente en guardia frente a
los escribas del templo. Su religión es falsa: la utilizan para buscar su
propia gloria y explotar a los más débiles. No hay que admirarlos ni seguir su
ejemplo. En la segunda, Jesús observa el gesto de una pobre viuda y llama a sus
discípulos. De esta mujer pueden aprender algo que nunca les enseñarán los
escribas: una confianza total en Dios y una generosidad sin límites.
Pero hay algo que, sin
duda, le duele a Jesús más que este comportamiento fatuo y pueril de ser
contemplados, saludados y reverenciados. Mientras aparentan una piedad profunda
en sus <<largos rezos>> en público se aprovechan de su prestigio religioso
para vivir a costa de las viudas, los seres más débiles e indefensos de Israel según
la tradición bíblica.
No nos equivoquemos.
Estas personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin
reservas, son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Ellas son las que mantienen
vivo el Espíritu de Jesús en medio de otras actitudes religiosas falsas e interesadas.
De estas personas hemos de aprender a seguir a Jesús. Son las que más se le parecen.
LA LECCIÓN DE LA VIUDA
POBRE
La escena es
conmovedora. Una pobre viuda se acerca calladamente a uno de los tres cepillos
colocados en el recinto del templo. Muchos ricos están depositando cantidades importantes.
Casi avergonzada, ella sus dos moneditas de cobre, las más pequeñas que
circulan en Jerusalén.
Jesús lo ve de otra manera: <<Esta pobre viuda ha echado más que nadie>>. Su
generosidad es más grande y auténtica. <<Los demás han echado lo que les sobra>>, pero esta mujer que pasa necesidad <<ha echado todo lo que tiene para vivir>>.
En las sociedades del
bienestar se nos está olvidando lo que es la <<compasión>>. No
sabemos lo que es padecer con el que sufre. Cada uno se preocupa de sus cosas.
Los demás quedan fuera de nuestro horizonte. Cuando uno se ha instalado en su cómodo
mundo de bienestar, es difícil <<sentir>> el sufrimiento de los
otros. Cada vez se entienden menos los problemas de los demás.
UNA ILUSIÓN ENGAÑOSA
No es fácil recuperar
<<las entrañas>> ante el sufrimiento ajeno cuando uno se ha
instalado en su pequeño mundo de bienestar.
Mientras solo nos
preocupe cómo incrementar la cuenta corriente o hacer más rentable nuestro
dinero, será difícil que nos interesemos realmente por los que sufren.
Que duras nos resulta
en su tremenda verdad las palabras de Jesús alabando a aquella pobre viuda que
acaba de entregar sus monedas: <<Los demás han dado lo que les sobra,
pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir>>.
Damos de vez en cuando
nuestro dinero, pero no somos capaces de dar parte de nuestro tiempo o nuestro
descanso.
En la vida misma de
familia, ¿no es a veces más fácil dar cosas a los hijos que darles el cariño y
la atención cercana que necesitan? ¿No resulta más cómodo subirles <<la
paga<< que aumentar el tiempo dedicado a ellos?
Las palabras de Jesús
nos obliga a preguntarnos si vivimos solo dando de lo que nos sobra o sabemos
dar también algo de nuestra propia vida.
MALA CONCIENCIA
Es verdad <<y hay
que decirlo en voz alta>> que en la Iglesia hay muchas, muchísimas
personas, grupos, organismos, congregaciones, misioneros, voluntarios laicos,
que no solo se preocupan de los pobres, sino que, impulsados por el mismo espíritu
de Jesús, dedican su vida entera y hasta la arriesgan por defender la dignidad
y los derechos de los más desvalidos, pero, ¿cuál es nuestra actitud
generalizada en las comunidades cristianas de los países ricos?.
Mientras solo se trata
de aportar alguna ayuda o de dar un donativo no hay problema especial. Las
limosnas nos tranquilizan para seguir viviendo con buena conciencia. Los pobres
empiezan a inquietarnos cuando nos obligan a plantearnos que nivel de vida nos
podemos permitir, sabiendo que cada día mueren de hambre en el mundo no menos
de setenta mil personas.
Por lo general, entre
nosotros no son tan visibles el hambre y la miseria. Lo más patente es la vida
injustamente marginada y poco digna de los pobres. En la práctica, los pobres
de nuestra sociedad carecen de los derechos que tenemos los demás; no merecen
el respeto que merece toda persona normal; no representan nada importante para
casi nadie. No nos dejan vivir con buena conciencia.
El episodio evangélico
en el que Jesús alaba a la viuda pobre nos deja avergonzados a quienes vivimos
en nuestro bienestar.
Cuántas veces son los
pobres los que mejor nos enseñan a vivir de manera digna y con corazón grande y
generoso.
NEUROSIS DE POSESIÓN
El modelo de sociedad y de convivencia que configura nuestro vivir diario está basado no en lo que cada persona <<es>>, sino en lo que cada persona <<tiene>>.
Lo importante es
<<tener>> dinero, prestigio, poder, autoridad…El que posee esto
sale adelante y triunfa en la vida. El que no logra algo de esto queda
descalificado.
La comunicación queda
sustituida por la posesión de cosas. Las personas se acostumbran a valorarse a
sí misma por lo que poseen. Y, de esta manera, corren el riesgo de irse
incapacitando para el amor, la ternura, el servicio generoso, la ayuda
solidaria, el sentido gratuito de la vida. Esta sociedad no ayuda a crecer en amistad,
solidaridad y preocupación por los derechos del otro.
La grandeza de una vida
se mide en último término no por los conocimientos que posee, ni por los bienes
que ha conseguido acumular, ni por el éxito que ha podido alcanzar, sino por la
capacidad de servir y ayudar a otros a vivir de manera más humana.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.