"La nueva Babilonia, la nueva Roma es Estados Unidos de Norteamérica"
"En muchos países,
el electorado no elige al mejor candidato, sino simplemente al 'menos
malo'"
"En el continente,
no hay claridad, políticas efectivas, ni un sistema alternativo al capitalismo
que logre humanizar a la inmensa mayoría de los empobrecidos, los marginados,
los migrantes y las innumerables víctimas de la violencia"
Andrés
Felipe Rojas Saavedra, CM
El libro del
Apocalipsis es uno de los relatos bíblicos donde los marginados y empobrecidos
de la tierra narran la historia desde su perspectiva. Para ellos, los grandes
gobiernos imperialistas representan auténticos leviatanes, monstruos
gigantescos y bestias inalcanzables (Ap 13,1-2), como serpientes poderosas,
pero con "pies de barro", expresión tomada del libro de Daniel para
recordar que incluso los imperios más imponentes tienen puntos débiles: toda
estructura de poder económico o político que parece impenetrable tiene su
"talón de Aquiles" que, tarde o temprano, lo hará derrumbarse (cf. Dn
2,31-34).
Este preámbulo da paso
a un análisis de la situación política actual, inspirado en las Sagradas
Escrituras. Estas nos sirven de brújula profética para comprender los avatares
del mundo, que, hoy como ayer, siguen reflejando los mismos conflictos y
tensiones que dieron contexto a las escenas bíblicas del Antiguo y Nuevo
Testamento. En el libro del Apocalipsis, el imperialismo romano es representado
como una nueva Babilonia o un nuevo Egipto (Ap 17,5; Ap 11,8), símbolos de
dominación despiadada que trajeron muerte, ruina y desesperación a los pueblos.
La reciente elección de Donald Trump como presidente en Estados Unidos es el reflejo de una generación en crisis, que carece de líderes políticos y no encuentra en las nuevas generaciones paladines de la justicia y la democracia. Esta ausencia de liderazgos auténticos impide la entrada de modelos políticos, sociales y económicos que enfrenten el ecocidio devastador que hoy amenaza a la tierra. El libro del Apocalipsis nos advierte sobre el peligro de una destrucción sin precedentes, causada por los intereses mezquinos de las élites económicas, que se amparan en el consumismo materialista para dominar y controlar los "bolsillos" de la humanidad (Ap 18,11-13).
Sin duda, esta crisis
de liderazgo que afrontan muchas naciones se debe, en parte, a la falta de
oxígeno ideológico en los nuevos movimientos políticos que emergen en los
continentes. Las masas han dejado de centrar sus miradas en las entidades
estatales, observándolas con sospecha, y prefieren voltear hacia el espectáculo
y el entretenimiento. Hoy en día, los "líderes" son actores, cantantes
y deportistas, mientras que la abstención de las personas en procesos
electorales va en aumento. En muchos países, el electorado no elige al mejor
candidato, sino simplemente al "menos malo".
Es difícil entender
cómo en una nación de 345 millones de habitantes, como Estados Unidos, haya
solo dos opciones para la presidencia, ambas envueltas en controversias. Por un
lado, Donald Trump, aunque octogenario, representa la élite económica y el
nacionalismo exacerbado, así como el desprecio por el medioambiente. Su retorno
al poder evoca el pasaje del Apocalipsis que describe a la bestia que sobrevive
a una herida mortal (Ap 13,3). Estos "viejos lobos" de la política
resurgen constantemente, y son aclamados como ídolos por multitudes que, a veces,
se dejan engañar por discursos mesiánicos en los que se invoca a Dios como
dispensador de poderes al líder de turno, convirtiéndolo en un
"mesías" político que promete la salvación.
Las recientes elecciones en Estados Unidos han puesto en evidencia un fenómeno presente en todo el continente americano: la profunda división entre las ideologías políticas y los sectores sociales. Solo cinco millones de votos separaron a Trump, quien obtuvo 73,077,419 votos (50.8%), de Harris, con 68,633,741 votos (47.7%). Este margen refleja una clara polarización en el electorado. Este patrón se repite en diversos países del continente, donde los adversarios políticos logran victorias con diferencias mínimas, lo que indica una fragmentación social que parece incrementarse.
Nayib Bukele
Un caso atípico en este
contexto es El Salvador, donde Nayib Bukele ganó con una mayoría abrumadora del
85%. Su popularidad se ha basado en una política de seguridad que, aunque ha
logrado una disminución notable en la violencia, ha sido criticada por la falta
de transparencia y el uso de medidas drásticas. Bukele utiliza en sus discursos
referencias religiosas, especialmente al arzobispo Óscar Romero, como una
estrategia de conexión con la población, aunque la visión de Romero parece
incompatible con las políticas del actual presidente. Si bien Bukele ha
reducido la violencia, El Salvador sigue siendo uno de los países más
desiguales de la región, con una pobreza que alcanzaba el 30.3% y la pobreza
extrema el 10% en 2023 (Banco Mundial). Con una población de aproximadamente
seis millones, similar a la de ciudades como Medellín en Colombia, el país
enfrenta grandes retos en cuanto a desigualdad y bienestar social.
En cuanto al panorama
político del continente, pueden distinguirse tres grupos principales de
líderes:
Centro o extrema
derecha: Este grupo se caracteriza por defender políticas neoliberales y
priorizar intereses empresariales e industriales, beneficiando generalmente a
sectores económicos internacionales y grandes corporaciones que se extienden en
los países en desarrollo. Los líderes de esta tendencia suelen provenir de
clases altas o aristocráticas, y frecuentemente son figuras destacadas en el
mundo de los negocios. Trump (empresario), Bukele (de ascendencia árabe),
Mulino (hijo de político), Noboa (aristócrata, nacido en Miami, presidente de
Ecuador), Milei (empresario), Peña y Chaves (banqueros) y Lacalle (hijo de un
ex presidente). Este grupo parece representar una élite económica que gobierna
para un sector específico, y no para una clase empobrecida a la que desconocen
o a la cual desprecian (cf. Ap 6,6).
Centro izquierda: Este
grupo se presenta con discursos populistas, orientados a políticas ambientalistas
y sociales. Sus líderes suelen tener una trayectoria de vida más cercana a la
clase obrera o popular y han emergido de movimientos alternativos. Ejemplos de
este grupo incluyen a Petro (ex militante del M19), Lopez y hoy Sheinbaum
(partidos obreros), Arce (familia clase media), Lula (obrero), Boric (partidos
alternativos), Boluarte (asume por sucesión constitucional), Castro y Arévalo
(son los casos atípicos de esta lista por venir de familias políticas pero ser
de izquierda) Estos dirigentes, si bien apelan a una retórica de cambio y a
veces se identifican con la causa de los pobres, han enfrentado desafíos en la
implementación de sus programas sociales, y sus políticas a menudo se enfrentan
a los poderes establecidos.
Gobiernos autoritarios:
Este grupo incluye el trío diabólico del continente Nicaragua, Cuba y
Venezuela, cuyas estructuras políticas se han afianzado en el poder a través de
métodos como el uso de la fuerza, el fraude electoral y violaciones a los
derechos humanos. En su origen, estos gobiernos surgieron de movimientos
populares que prometían una transformación social, llegaron al poder luego de
revoluciones sociales que buscaron acabar con poderes aristócratas o
autoritarios, se aprovecharon de sus “caudillos” y resultaron siendo peor que
la enfermedad. Sus liderazgos recuerdan a las advertencias del Apocalipsis
sobre los "falsos profetas" que manipulan a las masas para servir a
sus propios intereses, en vez de buscar el bien común.
Trump @DonaldTNews
Es un panorama confuso
para el continente: no hay claridad, políticas efectivas, ni un sistema
alternativo al capitalismo que logre humanizar a la inmensa mayoría de los
empobrecidos, los marginados, los migrantes y las innumerables víctimas de la
violencia. En muchos de estos países, aún no se ha superado la transición de
ser colonias a convertirse en repúblicas consolidadas. Esta crisis ha estado
empañada por miles de muertos y guerras civiles entre partidarios de modelos
políticos enfrentados. En el caso de Colombia, una guerra interna ha cobrado
miles de vidas y forzado desplazamientos, proyectándose en un conflicto entre
las guerrillas marxistas y los gobiernos, en su mayoría castas políticas
aliadas con el poder.
Estados Unidos ha sido
el principal beneficiado de toda la crisis política del continente, desde las
absurdas deudas que se contraen con los bancos que no más a ellos le
benefician, con el dólar, que resulta siendo "el sello por el cual no se
puede comprar ni vender" (Ap 13,17), una economía basada en el extractivismo,
en la destrucción de las pequeñas empresas y en el absurdo intercambio de
bienes, donde ellos se llevan lo que importa por precios irrisoriamente bajos y
nos traen a cambio lo que nos enferma por precios exorbitantemente altos…
Al final de un libro de
Dominic Crossan, La última semana de Jesús, el autor, siendo norteamericano,
concluyó que la nueva Babilonia, la nueva Roma, es Estados Unidos de
Norteamérica; bien se implementan muchas de sus características narradas en el
libro del Apocalipsis, destinado para motivar a los cristianos a permanecer
firmes ante el asedio del Imperio, pero que puede atribuirse fácilmente a
cualquier otro imperio que asuma las mismas características de los imperios
extintos que han dominado con sórdida codicia y destruyendo todo a su paso (Ap
17,3-6).
Estados Unidos, además,
ha generado la desestabilización y la guerra a lo largo y ancho del mundo,
desde la creación del extinto estado de Israel en 1948, hasta la usurpación
militar en los países del Oriente próximo, pero los tentáculos de la bestia han
llegado hasta los países más recónditos de Asia, cuando instaló las ciudades
capitalistas en China durante el gobierno de Nixon, y ahora cuando ha
trasladado sus principales fábricas a la India, propagando así el mal por todo
el mundo, un imperio realmente diabólico y destructivo (Ap 13,3-4).
Y, por si fuera poco,
desde los informes de Rockefeller de 1969, donde se optó por inundar a América
de las sectas pseudo protestantes o evangélicas para frenar el liderazgo del
catolicismo en el continente y propagar así a través de la religión las ideas
capitalistas, desviando el Evangelio de los Pobres al falso evangelio que
favorece a los dueños del capital y maldice a los que no tienen tierra ni
dinero, aplica bien lo que el libro del Apocalipsis describe como la bestia que
ha seducido al mundo y ha llevado a la adoración de falsos dioses.
Trump llega nuevamente a asumir las riendas del imperio reinante, en medio de muchas incertidumbres, en medio de un mundo colapsado por las guerras y sin un rumbo definido, con muchas especulaciones y con una sociedad cada vez menos instruida, profundamente comunicada entre sí, pero carente de contenido o fácilmente manipulable para fríos intereses. Un mundo donde estamos ensordecidos por los anuncios, la publicidad y el mercadeo, donde se han ido perdiendo los valores humanistas, donde la crisis de identidad permea incluso al individuo carente de ideales y perdido en el abrumador sin sentido de esta sociedad líquida. Es más líquida porque nos estamos convirtiendo en una masa sin forma.
Pero en esta sociedad
cada vez más intolerante, que no acepta ver el mundo desde las ópticas
impuestas, solo nos queda confiarnos en la esperanza, la buena, la verdadera
esperanza que viene de Dios. Bien ha escogido el Papa el 2025, que promete ser
un año de rupturas y cambios, como un año jubilar movido por el soplo del
Espíritu Santo que transforma toda realidad de muerte por espacios de
resurrección; pues bien, el único que tiene la potestad de dirigir los hilos de
la historia y de romper los sellos, es el Cordero degollado, que ha derramado
su sangre para profetizar sobre el mundo que los malvados no tienen la última
palabra (Ap 5,6-10; Ap 22,12).
Andrés Felipe Rojas Saavedra, CM