Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

11 de diciembre de 2024

Evangelio Domingo 15-Diciembre-2024 (Lucas 3, 10-18) Reflexiones de Pagola

 ¿QUÉ PODEMOS HACER?

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:

Entonces, ¿qué hacemos?

Él contestó:

El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo.

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y les preguntaron:

Maestro, ¿qué hacemos nosotros?

Él les contestó:

No exijáis más de lo establecido.

Unos militares le preguntaron:

¿Qué hacemos nosotros?

Él les contestó:

No hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino contentos con la paga.

El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:

Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego:

tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia ( Lucas 3, 10-18 ).

¿QUÉ PODEMOS HACER?

Por muchas llamadas de carácter político o religioso que se escuchen en una sociedad, las cosas solo empiezan a cambiar cuando hay personas que se atreven a enfrentarse a su propia verdad, dispuestas a transformar su vida: ¿qué podemos hacer?.

La mejor manera de preparar el camino a Dios es, sencillamente, trabajar por una sociedad más solidaria y fraterna, menos injusta y violenta.

Juan no habla a las víctimas, sino a los responsables de aquel estado de cosas. Se dirige a los que tienen <<dos Túnicas>> y pueden comer; a los que se enriquecen de manera injusta a costa de otros; a los que abusan de su poder y de su fuerza.

Su mensaje es diáfano: no os aprovechéis de nadie, no abuséis de los débiles, no viváis a costa de otros, no penséis solo en vuestro bienestar: <<El que tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo>>. Así de simple. Así de claro.

¿Qué podemos hacer para abrir caminos a Dios en el mundo? Muchas cosas, pero nada tan eficaz y realista como compartir lo que tenemos con los necesitados.

REPARTIR CON EL QUE NO TIENE

La palabra del Bautista tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión para iniciar una vida más fiel a Dios despertó en muchos una pregunta concreta: ¿què debemos hacer?

Lo primero no es cumplir mejor los deberes religiosos, sino vivir de forma más humana, reavivar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.

Lo más decisivo es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren.

¿Qué podemos decir ante estas palabras quienes habitamos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria, luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de alimentos?

¿Y qué podemos decir los seguidores de Jesús ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar por abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia de que vivimos sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?

Por eso hemos de agradecer el esfuerzo de tantas personas que se rebelan contra este <<cautiverio>>, comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano. Nos recuerdan el camino que hay que seguir.

¿NOS ATREVEMOS A COMPARTIR?

Los medios de comunicación nos informan cada vez con más rapidez de lo que acontece en el mundo. Conocemos cada vez mejor las injusticias, miserias y abusos que se cometen diariamente en todos los países.

Todos conocemos más miserias e injusticias que las que podemos remediar con nuestras fuerzas. Por eso es difícil evitar una pregunta en el fondo de nuestra conciencia ante una sociedad tan deshumanizada: <<¿Qué podemos hacer?>>.

Juan Bautista nos ofrece una respuesta terrible en medio de su simplicidad. Una respuesta decisiva, que nos pone a cada uno frente a nuestra propia verdad. <<El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo>>.

Muchas de nuestras discusiones sociales y políticas, muchas de nuestras protestas y gritos, que con frecuencia nos dispensan de una actuación más responsable, quedan reducidas de pronto a una pregunta muy sencilla. ¿Nos atreveremos a compartir lo nuestro con los necesitados?

Las sencillas palabras del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias está también en nosotros.

Reproducen con fidelidad la ambición, el egoísmo y la sed de poseer que hay en cada uno de nosotros.

NO AHOGAR EL AMOR SOLIDARIO

Por eso, cuando en una sociedad se ahoga el amor, se está ahogando al mismo tiempo la dinámica que lleva al crecimiento humano y a la expansión de la vida. De ahí la importancia de cuidar socialmente el amor y de luchar contra todo aquello que puede destruirlo.

Una forma de matar de raíz el amor es la manipulación de las personas. En la sociedad actual se proclama en voz alta los derechos de la persona, pero luego los individuos son sacrificados al rendimiento, la utilidad o el desarrollo del bienestar.

En la sociedad de la eficacia lo importante no son las personas, sino la función que ejercen. El individuo queda fácilmente reducido a una pieza del engranaje: en el trabajo es un empleado; en el consumo, un cliente; en la política, un voto; en el hospital, un número de cama….

En esta sociedad, las cosas funcionan; las relaciones entre las personas mueren.

Otro modo frecuente de ahogar el amor es la indiferencia. El funcionamiento de la sociedad moderna concentra a los individuos en sus propios intereses.

¿Qué podemos hacer? Sencillamente compartir más lo que tenemos con aquellos que viven en necesidad.

¿QUÉ DEBEMOS HACER?

A pesar de toda la información que ofrecen los medios de comunicación se nos hace difícil tomar conciencia de que vivimos en una especie de <<isla de la abundancia>> en medio de un mundo en el que más de un tercio de la humanidad vive en la miseria.

Esta situación solo tiene un nombre: injusticia. Y solo admite una explicación: inconsciencia.

¿Cómo nos podemos sentir humanos cuando a pocos kilómetros de nosotros- ¿qué son, en definitiva, seis mil kilómetros? – hay seres humanos que no tienen casa ni terreno alguno para vivir; hombres y mujeres que pasan el día buscando algo para comer; niños que no podrán ya superar la desnutrición? <<Pero nosotros, ¿Qué podemos hacer ante tanta miseria?>>.

Pero todo esto se viene abajo cuando escuchamos una respuesta directa, clara y práctica, como la que reciben del Bautista quienes le preguntan qué deben hacer para <<preparar el camino al Señor>>.

El profeta del desierto les responde con genial simplicidad: <<El que tenga dos túnicas que dé una a quien no tiene ninguna; y el que tiene para comer que haga lo mismo>>.

No seguir desarrollando sin límites nuestro bienestar olvidando a quienes mueren de hambre.

El verdadero progreso no consiste en que una minoría alcance un bienestar material cada vez mayor, sino en que la humanidad entera viva con más dignidad y menos sufrimiento.

Hace unos años estaba yo por Navidad en Butare(Ruanda), dando un curso de cristología a misioneras españolas. Una mañana llegó una religiosa navarra diciendo que, al salir de su casa, había encontrado a un niño muriendo de hambre. Pudieron comprobar que no tenía ninguna enfermedad grave, solo desnutrición. Era uno más de tantos huérfanos ruandeses que luchan cada día por sobrevivir. Recuerdo que solo pensé una cosa. No se me olvidará nunca: ¿podemos los cristianos de Occidente acoger cantando al niño de Belén mientras cerramos nuestro corazón a estos niños del Tercer Mundo?

José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.