¿QUÉ PODEMOS HACER?
En
aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
Entonces,
¿qué hacemos?
Él
contestó:
El
que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga
comida haga lo mismo.
Vinieron
también a bautizarse unos publicanos y les preguntaron:
Maestro,
¿qué hacemos nosotros?
Él
les contestó:
No
exijáis más de lo establecido.
Unos
militares le preguntaron:
¿Qué
hacemos nosotros?
Él
les contestó:
No
hagáis extorsión a nadie ni os aprovechéis con denuncias, sino contentos con la
paga.
El
pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías;
él tomó la palabra y dijo a todos:
Yo
os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle
la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego:
tiene
en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y
quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia ( Lucas 3, 10-18 ).
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Por muchas llamadas de
carácter político o religioso que se escuchen en una sociedad, las cosas solo
empiezan a cambiar cuando hay personas que se atreven a enfrentarse a su propia
verdad, dispuestas a transformar su vida: ¿qué podemos hacer?.
La mejor manera de
preparar el camino a Dios es, sencillamente, trabajar por una sociedad más solidaria
y fraterna, menos injusta y violenta.
Juan no habla a las
víctimas, sino a los responsables de aquel estado de cosas. Se dirige a los que
tienen <<dos Túnicas>> y pueden comer; a los que se enriquecen de manera
injusta a costa de otros; a los que abusan de su poder y de su fuerza.
Su mensaje es diáfano:
no os aprovechéis de nadie, no abuséis de los débiles, no viváis a costa de
otros, no penséis solo en vuestro bienestar: <<El que tenga dos túnicas,
que dé una al que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo>>. Así de
simple. Así de claro.
¿Qué podemos hacer para
abrir caminos a Dios en el mundo? Muchas cosas, pero nada tan eficaz y realista
como compartir lo que tenemos con los necesitados.
REPARTIR CON EL QUE NO
TIENE
La palabra del Bautista
tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión para iniciar una vida
más fiel a Dios despertó en muchos una pregunta concreta: ¿què debemos hacer?
Lo primero no es cumplir
mejor los deberes religiosos, sino vivir de forma más humana, reavivar algo que
está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.
Lo más decisivo es
abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que
sufren.
¿Qué podemos decir ante
estas palabras quienes habitamos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad
vive en la miseria, luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros
seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos
nuestros frigoríficos repletos de alimentos?
¿Y qué podemos decir
los seguidores de Jesús ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos
de empezar por abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia de que
vivimos sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?
Por eso hemos de agradecer
el esfuerzo de tantas personas que se rebelan contra este <<cautiverio>>,
comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de
vida más sencillo, austero y humano. Nos recuerdan el camino que hay que
seguir.
¿NOS ATREVEMOS A
COMPARTIR?
Los medios de comunicación
nos informan cada vez con más rapidez de lo que acontece en el mundo. Conocemos
cada vez mejor las injusticias, miserias y abusos que se cometen diariamente en
todos los países.
Todos conocemos más miserias
e injusticias que las que podemos remediar con nuestras fuerzas. Por eso es
difícil evitar una pregunta en el fondo de nuestra conciencia ante una sociedad
tan deshumanizada: <<¿Qué podemos hacer?>>.
Juan Bautista nos
ofrece una respuesta terrible en medio de su simplicidad. Una respuesta
decisiva, que nos pone a cada uno frente a nuestra propia verdad. <<El
que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga
comida haga lo mismo>>.
Muchas de nuestras
discusiones sociales y políticas, muchas de nuestras protestas y gritos, que
con frecuencia nos dispensan de una actuación más responsable, quedan reducidas
de pronto a una pregunta muy sencilla. ¿Nos atreveremos a compartir lo nuestro
con los necesitados?
Las sencillas palabras
del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias está también
en nosotros.
Reproducen con
fidelidad la ambición, el egoísmo y la sed de poseer que hay en cada uno de
nosotros.
NO AHOGAR EL AMOR
SOLIDARIO
Por eso, cuando en una
sociedad se ahoga el amor, se está ahogando al mismo tiempo la dinámica que
lleva al crecimiento humano y a la expansión de la vida. De ahí la importancia
de cuidar socialmente el amor y de luchar contra todo aquello que puede
destruirlo.
Una forma de matar de
raíz el amor es la manipulación de las personas. En la sociedad actual se
proclama en voz alta los derechos de la persona, pero luego los individuos son
sacrificados al rendimiento, la utilidad o el desarrollo del bienestar.
En la sociedad de la eficacia
lo importante no son las personas, sino la función que ejercen. El individuo
queda fácilmente reducido a una pieza del engranaje: en el trabajo es un
empleado; en el consumo, un cliente; en la política, un voto; en el hospital,
un número de cama….
En esta sociedad, las
cosas funcionan; las relaciones entre las personas mueren.
Otro modo frecuente de
ahogar el amor es la indiferencia. El funcionamiento de la sociedad moderna concentra
a los individuos en sus propios intereses.
¿Qué podemos hacer?
Sencillamente compartir más lo que tenemos con aquellos que viven en necesidad.
¿QUÉ DEBEMOS HACER?
A pesar de toda la
información que ofrecen los medios de comunicación se nos hace difícil tomar
conciencia de que vivimos en una especie de <<isla de la
abundancia>> en medio de un mundo en el que más de un tercio de la humanidad
vive en la miseria.
Esta situación solo
tiene un nombre: injusticia. Y solo admite una explicación: inconsciencia.
¿Cómo nos podemos
sentir humanos cuando a pocos kilómetros de nosotros- ¿qué son, en definitiva,
seis mil kilómetros? – hay seres humanos que no tienen casa ni terreno alguno
para vivir; hombres y mujeres que pasan el día buscando algo para comer; niños
que no podrán ya superar la desnutrición? <<Pero nosotros, ¿Qué podemos hacer
ante tanta miseria?>>.
Pero todo esto se viene
abajo cuando escuchamos una respuesta directa, clara y práctica, como la que
reciben del Bautista quienes le preguntan qué deben hacer para <<preparar
el camino al Señor>>.
El profeta del desierto
les responde con genial simplicidad: <<El que tenga dos túnicas que dé
una a quien no tiene ninguna; y el que tiene para comer que haga lo
mismo>>.
No seguir desarrollando
sin límites nuestro bienestar olvidando a quienes mueren de hambre.
El verdadero progreso
no consiste en que una minoría alcance un bienestar material cada vez mayor,
sino en que la humanidad entera viva con más dignidad y menos sufrimiento.
Hace unos años estaba
yo por Navidad en Butare(Ruanda), dando un curso de cristología a misioneras
españolas. Una mañana llegó una religiosa navarra diciendo que, al salir de su
casa, había encontrado a un niño muriendo de hambre. Pudieron comprobar que no
tenía ninguna enfermedad grave, solo desnutrición. Era uno más de tantos
huérfanos ruandeses que luchan cada día por sobrevivir. Recuerdo que solo pensé
una cosa. No se me olvidará nunca: ¿podemos los cristianos de Occidente acoger
cantando al niño de Belén mientras cerramos nuestro corazón a estos niños del
Tercer Mundo?