Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

18 de diciembre de 2024

EVANGELIO DOMINGO 22 DE DICIEMBRE LUCAS 1, 39-45

 LA ALEGRÍA DE CREER

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito:

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá (Lucas 1, 39-45).


 

MADRES CREYENTES

La escena es conmovedora. La ha compuesto Lucas para crear la atmósfera de alegría, gozo profundo y alabanza que ha de acompañar el nacimiento de Jesús. La vida cambia cuando es vivida desde la fe. Acontecimiento como el embarazo o el nacimiento de un hijo cobran un sentido nuevo y profundo.

Hay muchas maneras de <<saludar>> a las personas. María trae paz, alegría y bendición de Dios. Lucas recordará más tarde que es eso precisamente lo que su Hijo Jesús pedirá a sus seguidores: <<En cualquier casa que entréis, decid lo primero: “Paz a esta casa”>>.

Las madres, portadoras de vida, son mujeres <<bendecidas>> por el Creador. Estas dos madres nos invitan a vivir y celebrar desde la fe el misterio de Dios encarnado en Jesús.

Feliz la Iglesia en la que hay mujeres <<bendecidas>> por Dios, mujeres felices que creen y transmiten fe a sus hijos e hijas.

RASGOS DE MARÍA

María, que ha llegado aprisa desde Nazaret, se convierte en la figura central. Todo gira en torno a ella y a su Hijo.

Para los seguidores de Jesús, María es antes que nada la Madre de nuestro Señor. De ahí arranca toda su grandeza. Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. <<Bendecida por Dios entre todas las mujeres>>, ella nos ofrece a Jesús, <<fruto bendito de su vientre>>.

María, la evangelizadora. María ofrece a todos la salvación de Dios, que ha acogido en su propio Hijo. Esa es su gran misión y su servicio.

María, portadora de alegría. Ella ha sido la primera en escuchar la invitación de Dios: <<Alégrate… el Señor está contigo>>. Ella es para la Iglesia el mejor modelo de una evangelización gozosa.

DICHOSO EL QUE CREE

El pensador francés Blaise Pascal se atrevió a decir que << nadie es tan feliz como un cristiano auténtico>>. Pero, ¿quién lo puede creer hoy?. La inmensa mayoría piensa más bien que la fe poco tiene que ver con la felicidad.

Más aún. Son bastantes los que piensan que la religión es un estorbo para vivir la vida de manera inmensa, pues empequeñece a la persona y mata el gozo de vivir.

Lo cierto es que los cristianos no parecen mostrar con su manera de vivir que la fe encierre una fuerza decisiva para enfrentarse a la vida con dicha y plenitud interior.

¿Qué ha sucedido? ¿Por qué se habla tan poco de felicidad es las iglesias? ¿Por qué muchos cristianos no descubren a Dios como el mejor amigo de su vida?.

Al enfriarse aquella primera experiencia y al acumularse luego otros códigos y esquemas religiosos, a veces bastantes extraños al Evangelio, la alegría cristiana se ha ido apagando.

¿Cuántos creen que Dios busca solo y exclusivamente nuestro bien, que no es un ser celoso que sufre al vernos disfrutar, sino alguien que nos quiere desde ahora dichosos y felices?.

A pesar de las incoherencias y la infidelidad de nuestras vidas mediocres, dichosos también hoy el que cree desde el fondo de su corazón.

CREER ES OTRA COSA

La fe es siempre una experiencia personal. No basta creer en lo que otros nos predican de Dios. Cada uno solo cree, en definitiva, lo que de verdad cree en el fondo de su corazón ante Dios, no lo que oye decir a otros. Para creer en Dios es necesario pasar de una fe pasiva, infantil, heredada, a una fe más responsable y personal. Esta es la primera pregunta: ¿yo creo en Dios o en aquellos que me hablan de él?.

La fe del que confía en Dios está mas allá de las palabras, las discusiones teológicas y las normas eclesiásticas.

Si creo en un Dios autoritario y justiciero terminaré tratando de dominar y juzgar a todos. Si creo en un Dios que es amor y perdón viviré amando y perdonando.

Esta puede ser la pregunta: ¿en que Dios creo yo: en un Dios que responde a mis ambiciones e intereses o en el Dios vivo revelado en Jesús?.

La fe, por otra parte, no es una especie de <<capital>> que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la vida.

La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y amor a cada ser humano.

ACOMPAÑAR A VIVIR

Hay una manera de amar que hemos de recuperar en nuestros días, y que consiste en <<acompañar a vivir>> a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o, sencillamente, vacío de alegría y esperanza.

Estamos fomentando así lo que se ha llamado el <<segregarismo social>> (Jürgen Moltman).Juntamos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia…

Así, todo está en orden. Cada uno recibe allí la atención que necesita, y los demás nos podemos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados. Procuramos rodearnos de personas sin problemas que pongan en peligro nuestro bienestar, y logramos vivir <<bastante satisfechos>>.

No se trata de hacer <<cosas grandes>>. Quizá, sencillamente, ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad, estar cerca de ese joven que sufre depresión, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño triste marcado por la separación de sus padres.

Este amor que nos lleva a compartir las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor <<salvador>>, porque libera de la soledad e introduce una esperanza nueva en quien sufre, pues se siente acompañado en su aflicción.

José Antonio Pagola

Colaboración de Juan García de Paredes.