El pasado 7 de
noviembre fallecía en Madrid el religioso marianista Javier Anso tras una
intensa vida dedicada a hacer el bien.
Nacido en San Sebastián
y formado académicamente en Madrid, este ciudadano del mundo tuvo durante los
años setenta en Cádiz un papel activo y decidido en la lucha por la democracia.
Se vinculó a la llamada Junta Democrática, ejerció como abogado laboralista de
Comisiones Obreras y ofreció las instalaciones de la residencia Chaminade en
San Felipe Neri para la celebración de recitales de destacados e «incómodos»
cantautores y para la organización de un acto en defensa de la amnistía, que le
llevó a ser detenido junto a Jaime Pérez Llorca, José Ramón Pérez Díaz-Alersi y
otros defensores de la libertad en aquellos tiempos difíciles. Con posteridad
nunca presumió de ello.
En Madrid dirigió
varios colegios marianistas y asumió la secretaría nacional de la Comisión
General de Justicia y Paz, una clara apuesta de la Iglesia postconciliar en
defensa de la justicia social, la paz y los derechos humanos.
Tras ello, marchó a
Roma para integrar el Consejo General de la Compañía de María (marianistas)
como Asistente de Asuntos Temporales.
Su vuelta a Cádiz para
dirigir San Felipe Neri le permitió retomar la relación con tantos amigos que
aquí había dejado de los tiempos de la transición.
Bajo su dirección, el
colegio disfrutó de un enriquecedor impulso derribando sus muros para
vincularse a la vida, necesidades y retos de la ciudad como nunca hasta
entonces lo había hecho, pues Javier pensaba que un colegio no debe ser un
«hortus conclusus» si no más bien una lanzadera de jóvenes al mundo, empezando
por el entorno más próximo y desde la más temprana edad.
Fue un director
enormemente exigente consigo mismo y muy considerado con los profesores y demás
empleados, en los que confiaba plenamente y de los que supo extraer sus mejores
capacidades. Tenía el sentido del humor fino y personalísimo que adorna a las
personas de vasta cultura. Laborioso y detallista, sabía discernir lo
importante de los asuntos estériles. Encontraba tiempo para escuchar a todos
pues, comparándose a un río que se alimenta de múltiples afluentes, de todos
quería aprender algo, una metáfora que fue el eje central de su brillante
discurso de aceptación del Drago de Oro que le concedió el Ateneo de Cádiz,
entidad que integró y con la que colaboró intensamente.
Su último destino fue
Cuba, en las comunidades marianistas de Vertientes y Pinar del Rio y con
frecuentes desplazamientos a La Habana para colaborar con su obispado. Allí
empleó su inteligente y constante esfuerzo en la formación no reglada de
jóvenes y en sembrar la esperanza en una próxima transición a la libertad y la
democracia en la isla. Algún día su semilla y la de tantos otros hombres y
mujeres dará fruto.
A pesar de la distancia y de sus nuevas ocupaciones, desde Cuba continuó publicando en Diario de Cádiz un artículo semanal que gustaba comentar conmigo y otros amigos y que demostraba que este hombre con tanto mundo a sus espaldas nunca se marchó del todo de este pequeño rincón que tanto amó.
Hace unos meses me
comunicaba su vuelta definitiva a Madrid por razones de salud. Lo hacía con
indisimulada tristeza y resignación pues era hombre de retos y su compromiso
con la obra misionera en Cuba llenaba plenamente sus últimos años de vida.
También me decía que esperaba desplazarse a Cádiz alguna vez para visitar el
colegio y saludar a tantos amigos. No fue posible.
Javier Anso ha tenido
una vida plena y útil haciéndonos un poco mejores personas a todos los que
hemos tenido el privilegio de conocerle. Se ha marchado antes de lo que
esperábamos, pero seguirá estando en San Felipe Neri y en Cádiz si en adelante
somos capaces de alimentarnos del rico afluente que ha sido su vida para las
nuestras.
Colaboración de Juan García de Paredes.