<<Nos amó>>, dice san Pablo refiriéndose a Cristo(Rm8,37), para ayudarnos
a descubrir que de ese
amor nada << podrá separarnos>> (Rm8,39).
Gracias a Jesús
<<nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y
hemos creído>> en
ese amor(1Jn4,16).
¿QUÉ EXPRESAMOS CUANDO
DECIMOS ¨¨ CORAZÖN ¨¨?
3. En el griego clásico profano el término Kardia significa lo más interior de seres humanos, animales y plantas.
En la Ilíada, el pensar
y el sentir son del corazón y están muy próximos entre sí. Allí el corazón
aparece como centro del querer y como lugar en que se fraguan las decisiones
importantes de la persona.
4. Dice la Biblia que
<<la Palabra de Dios es viva y eficaz(...) discierne los pensamientos y
las intenciones del corazón>> (Hb 4,12).
Los discípulos de
Emaús, en su misteriosa caminata con Cristo resucitado, vivían un momento de
angustia, confusión, desesperanza, desilusión. No obstante, más allá de todo
eso y a pesar de todo, algo ocurría en lo más hondo:
<< ¿ No ardía
acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino ? >> (Lc24,32).
5. Al mismo tiempo, el
corazón es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular.
Suele indicar las verdaderas intenciones, lo que uno piensa, cree y quiere, los
“secretos “ que a nadie dice y, en definitiva, la propia verdad desnuda. Se
trata de aquello que no es apariencia o mentira sino auténtico, real,
enteramente “propio”
6. Lo mejor es dejar
brotar preguntas decisivas: quién soy realmente, qué busco, qué sentido quiero
que tenga mi vida, mis elecciones o mis acciones; por qué y para qué estoy en
este mundo, cómo querré valorar mi existencia cuando llegue a su final, que
significado quisiera que tenga todo lo que vivo, quién quiero ser frente a los
demás, quién soy frente a Dios. Estas preguntas me llevan a mi corazón.
7. EL MUNDO PUEDE
CAMBIAR DESDE EL CORAZÓN.
Nuestras comunidades sólo desde el corazón lograrán unir sus inteligencias y voluntades diversas y pacificarlas para que el Espíritu nos guie como red de hermanos, ya que pacificar también es tarea del corazón. El Corazón de Cristo es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social.
Esto no significa
confiar excesivamente en nosotros mismos. Tengamos cuidado; advirtamos que
nuestro corazón no es autosuficiente; es frágil y está herido. Necesitamos el
auxilio del amor divino. Acudamos al Corazón de Cristo, ese centro de su ser,
que es un horno ardiente de amor divino y humano y es la mayor plenitud que
puede alcanzar lo humano. Allí, en ese Corazón es donde nos reconocemos
finalmente a nosotros mismos y aprendemos a amar.
En definitiva, este
Corazón sagrado es el principio unificador de la realidad, porque
<<Cristo es el corazón del mundo; su Pascua de muerte y resurrección es
el centro de la historia, que gracias a él es historia de salvación>>.
Todas las criaturas <<avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros,
hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo
resucitado abraza e ilumina todo>>.
Ante el Corazón de
Cristo, pido al Señor que una vez más tenga compasión de esta tierra herida,
que él quiso habitar como uno de nosotros.
Que derrame los tesoros
de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive entre las guerras,
los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología,
pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón.
GESTOS Y PALABRAS DE AMOR
El corazón de Cristo,
que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el
núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el origen de nuestra fe, el
manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas.
GESTOS QUE REFLEJAN EL
CORAZÓN
Cómo nos ama Cristo es
algo que él no quiso explicarnos demasiado. Lo mostró en sus gestos.
Viéndolo actuar podemos
descubrir cómo nos trata a cada uno de nosotros, aunque nos cueste percibirlo.
Vayamos entonces a mirar allí donde nuestra fe puede llegar a reconocerle: en
el Evangelio.
Dice el Evangelio que
Jesús <<vino a los suyos>>(Jn1,11). Los suyos somos nosotros,
porque él no nos trata como a algo extraño. Nos considera algo propio, algo que
él, guarda con cuidado, con cariño. Nos trata como suyos .No significa que seamos
sus esclavos, y él mismo lo niega: <<Ya no los llamo servidores>>
(Jn15,15). Lo que él propone es la pertenencia mutua de los amigos.
Esto se manifiesta
cuando le vemos actuar. Está siempre en búsqueda, cercano, constantemente
abierto al encuentro. Lo contemplamos cuando se detiene a conversar con la samaritana
junto al pozo done ella iba a buscar el agua (Jn4,5-7). Lo admiramos cuando sin
pudor se deja lavar los pies por una prostituta (Lc7-36-50).Cuando a la mujer
adúltera le dice a los ojos: “No te condeno” (Jn8,11) ; o cuando enfrenta la
indiferencia de sus discípulos y al ciego del camino le dice con cariño:
<<¿Qué quieres que haga por ti? (Mc 10,51).
Cristo muestra que Dios
es proximidad, compasión y ternura.
Todo lo dicho, si se
mira superficialmente, puede parecer mero romanticismo religioso. Sin embargo,
es lo más serio y lo más decisivo. Encuentra su máxima expresión en Cristo
clavado en la cruz. Esa es la palabra de amor más elocuente. Esto no es
cáscara, no es puro sentimiento, no es diversión espiritual. Es amor. Por eso
cuando san Pablo buscaba las palabras justas para explicar su relación con
Cristo dijo: <<Me amó y entregó por mí>> (Ga 2,20). Pablo, tocado
por el Espíritu, fue capaz de mirar más allá y de maravillarse por lo más grande
y fundamental: <<Me amó>>.
Después de contemplar a
Cristo, viendo lo que sus gestos y palabras nos dejan ver de su corazón,
recordemos ahora cómo reflexiona la Iglesia sobre el misterio santo del Corazón
del Señor.
ESTE ES EL CORAZÓN QUE
TANTO AMÓ
La devoción al Corazón
de Cristo no es el culto a un órgano separado de la persona de Jesús.
Lo que contemplamos y
adoramos es a Jesucristo entero, el Hijo de Dios hecho hombre, representado en
una imagen suya donde está destacado su corazón. En este caso se toma el corazón
de carne como imagen o signo privilegiado del centro más íntimo del Hijo encarnado
y de su amor a la vez divino y humano, porque más que cualquier otro miembro de
su cuerpo es <<signo o símbolo natural de su inmensa caridad>>.
El corazón tiene el
valor de ser percibido no como un órgano separado sino como centro íntimo unificador
y a su vez como expresión de la totalidad de la persona, cosa que no sucede con
otros órganos del cuerpo humano.
La imagen del corazón
debe referirnos a la totalidad de Jesucristo en su centro unificador y, simultáneamente,
desde ese centro unificador debe orientarnos a contemplar a Cristo en toda la
hermosura y riqueza de su humanidad y de su divinidad.
TRIPLE AMOR
Tampoco nos quedamos
sólo en sus sentimientos humanos, por más bellos y conmovedores que sean,
porque contemplando el Corazón de Cristo reconocemos como en sus sentimientos nobles
y sanos, en su ternura, en el temblor de su cariño humano, se manifiesta toda
la verdad de su amor divino e infinito.
Así lo expresaba
Benedicto XVI: << Desde el horizonte infinito de su amor, Dios quiso
entrar en los límites de la historia y de la condición humana, tomó un cuerpo y
un corazón, de modo que pudiéramos contemplar y encontrar lo infinito en lo
finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el
Nazareno>>.
San Juan de la Cruz ha
querido expresar que en la experiencia mística el amor inconmensurable de
Cristo resucitado no se siente como ajeno a nuestra vida. El Infinito de algún
modo se abaja para que a través del Corazón abierto de Cristo podamos vivir un encuentro
de amor verdaderamente mutuo: <<cosa creíble, es que el ave de bajo vuelo
prenda al águila real muy subida, si ella se viene a lo bajo, queriendo ser
presa>>. Y explica que <<viendo a la esposa herida de su amor, él
también al gemido de ella viene herido del amor de ella; porque en los
enamorados la herida de uno es de entrambos y un mismo sentimiento tienen los
dos>>. Este místico entiende la figura del costado herido de Cristo como
un llamado a la unión plena con el Señor.
Él es el ciervo
vulnerado, herido cuando todavía no nos hemos dejado alcanzar por su amor, que
baja a las corrientes de aguas para saciar su propia sed y encuentra consuelo
cada vez que nos volvemos a él: <<Vuélvete, paloma, que el ciervo
vulnerado por el otero asoma al aire de tu vuelo, y fresco toma>>.
PERSPECTIVAS TRINITARIAS
La devoción al Corazón
de Jesús es marcadamente cristológica, es una contemplación directa de Cristo
que invita a la unión con él. Jesús se presenta como camino para ir al Padre:
<<Yo soy el Camino (…). Nadie va al Padre, sino por mí>> (Jn14,6).
Él nos quiere llevar al Padre.
Así se entiende por qué
la predicación de la Iglesia, desde los comienzos, no nos detiene en Jesucristo,
sino que nos conduce al Padre. Él es quién, en último término, como plenitud frontal,
debe ser glorificado.
Detengámonos, por ejemplo,
en la Carta a los Efesios, donde se puede advertir con fuerza y claridad cómo
nuestra adoración se orienta al Padre: <<Doblo mis rodillas delante del
Padre>>(Ef3.14); hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos,
lo penetra todo y está en todos <<(Ef 4,6); >>siempre y por
cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre>>
Por eso, decía san Juan
Pablo II que <<toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia
la casa del Padre>>. Es lo que experimentó san Ignacio de Antioquía de
camino al martirio: <<Siento en mi interior la voz de un agua viva que me
habla y me dice: “Ven al Padre”>>.
Cuando el Hijo se hizo
hombre, todos los deseos y aspiraciones de su corazón humano se orientaban
hacia el Padre. Su historia en esta tierra nuestra fue un caminar sintiendo en
su corazón humano un llamado incesante de ir al Padre.
Volvamos ahora los ojos
al Espíritu Santo, que colma el Corazón de Cristo y arde en él.
Porqué, como decía san
Juan Pablo II, el Corazón de Cristo es <<la obra maestra del Espíritu Santo>>.
Es el Espíritu el que ayuda a captar la riqueza del signo del costado
traspasado de Cristo, del que nació la Iglesia (cf. Const. Sacrosanctum Concilium,
5)>> .
En definitiva <<sólo
el Espíritu Santo puede abrir ante nosotros esta plenitud del “hombre interior”,
que se encuentra en el Corazón de Cristo. Sólo Él puede hacer que desde esta plenitud
alcancen fuerza, gradualmente, también nuestros corazones humanos>>.
EXPRESIONES
MAGISTERIALES RECIENTES
De formas diferentes el
Corazón de Cristo estuvo presente en la historia de la espiritualidad cristiana.
En la Biblia y en los primeros siglos de la Iglesia aparecía bajo la figura del
costado herido del Señor, sea como fuente de la gracia, sea como un llamado a
un encuentro íntimo de amor. En los últimos siglos esta espiritualidad fue
tomando forma como un verdadero culto al Corazón de Señor.
Varios de mis
predecesores se han referido al Corazón de Cristo e invitaron a unirse a él con
lenguajes muy diversos. A finales del siglo XIX, León XIII nos invitaba a
consagrarnos a él y en su propuesta unía al mismo tiempo el llamado a la unión
con Cristo y la admiración ante el esplendor de su infinito amor.
Unos treinta años
después Pío XI presentaba esta devoción como una suma de la experiencia de fe
cristiana. Más aún, Pío XII sostuvo que el culto al Sagrado Corazón expresa de
modo excelente, como una sublime síntesis, nuestro culto a Jesucristo.
Más recientemente, san
Juan Pablo II presentó el desarrollo de este culto en los siglos pasados como
una respuesta ante el crecimiento de formas rigoristas y desencarnadas de
espiritualidad que olvidaban la misericordia del Señor, pero, al mismo tiempo,
como un llamado actual ante un mundo que pretende construirse sin Dios:
El hombre del año 2000
tiene necesidad del Corazón de Cristo para conocer a Dios y para conocerse a sí
mismo; tiene necesidad de él para construir la civilización del amor>>
Benedicto XVI invitaba
a reconocer el Corazón de Cristo como presencia íntima y cotidiana en la vida
de cada uno: << Toda persona necesita tener un ¨centro¨ de su vida, un
manantial de verdad y de bondad del cual tomar para afrontar las diversas situaciones
y la fatiga de la vida diaria.
Cada uno de nosotros,
cuando se queda en silencio, no sólo necesita sentir los latidos de su corazón,
sino también, más en profundidad, el pulso de una presencia fiable, perceptible
con los sentidos de la fe y, sin embargo, mucho más real: la presencia de Cristo,
corazón del mundo>>.
Nuestra devoción al
Corazón de Cristo es algo esencial a la propia vida cristiana en la medida en
que significa nuestra apertura, llena de fe y de adoración, ante el misterio de
amor divino y humano del Señor, hasta el punto que podemos sostener una vez más
que el Sagrado Corazón es una síntesis del Evangelio.
Colaboración de Juan García de Paredes.