Por María África de la Cruz Tomé
Salón del Sínodo durante una sesión de trabajo.
El Sínodo de la Sinodalidad, convocado por el Papa Francisco en octubre de 2021, fue diseñado para desarrollarse en tres etapas: Escucha, Discernimiento e Implementación. Hemos recorrido los dos primeros y hemos iniciado el tercero: la aplicación o implementación de las demandas de renovación eclesial propuestas y recogidas.
El Sínodo propiamente dicho ha terminado y comienza la "sinodalización". El Espíritu ha hablado a la Iglesia a través de todos los participantes en este proceso y ha sido incluido en el Documento Final de la XVI Asamblea del Sínodo como síntesis del itinerario realizado.
Por decisión del Papa Francisco, este Documento Final (DF) es el Magisterio oficial de la Iglesia. No es necesario esperar a una exhortación postsinodal, como era tradicional en sínodos anteriores. El DF no pone fin al proceso sinodal porque no ha concluido y "forma parte del Magisterio ordinario del sucesor de Pedro y, como tal, pido que se acepte". Así lo ha comunicado el Papa Francisco en una carta que acompaña a la publicación del texto aprobado al final de la Asamblea sinodal, a finales de octubre de 2024.
¿Desde donde escribo? Participo en este proceso desde 2018, muy motivado por las posibilidades de revitalización de la Iglesia, que descubrí en el anuncio de un sínodo sobre la sinodalidad. El estado actual de la Iglesia, según mi percepción, es tan preocupante que todos los esfuerzos para encontrar una salida son necesarios y oportunos. El anuncio del Sínodo me pareció relevante y esperanzador. La Iglesia Católica o se actualiza y renueva, o muere.
El documento final es
He seguido muy de cerca las dos etapas recorridas, la Escucha y el Discernimiento. Con alegrías y desilusiones, con alegrías y amarguras; Asumo que todo trabajo humano es limitado y mejorable. Por eso, a pesar de todo, sigo teniendo esperanza y trabajando para no quedarme solo en la renovación del ser y del actuar de la Iglesia.
Resultados de diferentes grados.
La valoración de los resultados obtenidos hasta ahora es muy variable y se correlaciona con la actitud expresada antes del anuncio del Sínodo. Quienes celebramos su inicio quedamos relativamente satisfechos. Quienes sospecharon desde el principio que este esfuerzo era inútil, ratifican sus expectativas negativas. De quienes, en su indiferencia, no han participado, nada se puede decir. Sin embargo, deberíamos alegrarnos de la abundante literatura sobre el tema. Tenemos a nuestra disposición muchas publicaciones, muchas entrevistas a padres y madres sinodales que han contado su experiencia dentro del aula Pablo VI.
Sin haber estado presencialmente, sino online, siguiendo durante muchas horas el proceso sinodal, mi valoración personal es que tanto trabajo y esfuerzo, en el corto plazo, no ha obtenido los resultados deseados. Se habían generado expectativas que se han cumplido sólo en parte, pero se ha abierto un mundo de posibilidades que antes estaban cerradas. Debemos seguir confiando en que este proceso sinodal, si es necesario, será irreversible. No hay vuelta atrás.
El Sínodo ha servido, al menos, para concienciar sobre los problemas y la necesidad de un cambio urgente. La Iglesia no puede seguir así: clericalismo, autoritarismo, exclusión, centralismo, insignificancia social, descrédito y pérdida de confianza por el comportamiento poco ético de algunos de sus miembros, dogmatismo y rigidez en doctrinas, normas morales y ritos, intolerancia, falta de piedad. y compasión, fundamentalismo, falta de unidad, poca voluntad de cambiar, miedo al cambio. Muchos miedos, polarización y negacionismo, especialmente en una parte recalcitrante del clero y de los feligreses.
El Sínodo ha servido, al menos, para concienciar sobre los problemas y la necesidad de un cambio urgente. La Iglesia no puede seguir así.
El estado actual de la Iglesia es tan deplorable que su revitalización es urgente y la sinodalización puede ser la condición para su desbloqueo. Por eso, a pesar de la relativa decepción por lo conseguido, es más necesaria la implicación, el esfuerzo y el trabajo corresponsables.
Mi conclusión de este análisis y posicionamiento es que hay que seguir empujando a partir de los logros obtenidos, pero ¿cómo?
El camino hacia la apelación
Si una Iglesia sinodal misionera es una nueva forma de ser Iglesia, tendremos que aprender a serlo y saber cómo y con qué recursos. Tendremos que pensar en procesos, elegir métodos, preparar personas, asignar recursos; contando con el Espíritu de Dios para acompañarnos.
Según el DF, el escenario de las tareas inmediatas son las iglesias locales, donde surgieron las primeras necesidades de renovación. Su número 9 dice: "Pedimos a todas las Iglesias locales que continúen su camino diario con una metodología sinodal de consulta y discernimiento, identificando caminos concretos e itinerarios formativos para realizar una conversión tangible en las diversas realidades eclesiales..."
Según el DF, el escenario de las tareas inmediatas son las iglesias locales, donde surgieron las primeras necesidades de renovación.
En la primera etapa del Sínodo, la de la escucha, los equipos sinodales diocesanos diseñaron el procedimiento más adecuado para recoger las respuestas locales a las preguntas propuestas, elaboraron una síntesis de las respuestas y las enviaron a la Conferencia Episcopal para que pudiera continuar. . camino a Roma, y que puede servir como punto de partida para discernir las prioridades o necesidades básicas detectadas en nuestra diócesis. El método sinodal propuesto por el DF es repetir las tres etapas a nivel local: escuchar, discernir y desarrollar, con transparencia y corresponsabilidad de todos.
La sinodalización de la Iglesia, como proceso de renovación espiritual y estructural para cumplir la misión evangélica hoy, es un proceso continuo y de largo plazo. Para ello es imprescindible formar un pueblo de discípulos, iguales en dignidad y corresponsables de la misión.
Esta formación, basada en la teoría, debe ser universal, continua, integral y compartida para los laicos y el clero, y contribuir a la conversión personal y comunitaria de todos, entendida como un cambio de mentalidad, es decir, de imaginación, de doctrina, de estilo, cultura , actitudes y comportamientos en todos los sujetos eclesiales.
La sinodalización, como proceso de renovación espiritual y estructural, es un proceso continuo y de largo plazo para el que es imprescindible formar un pueblo de discípulos, iguales en dignidad y corresponsables en la misión.
El cambio personal y comunitario que nos pide la sinodalidad implica cambios profundos: del clericalismo actual a la deseada corresponsabilidad; de la organización piramidal a la circular; de la jerarquización a la igualdad y al reconocimiento de la diversidad de carismas, vocaciones y capacidades.
La sinodalización nos pide volver al Evangelio sin miedo, confiando en el Espíritu que nos impulsa y sostiene para seguir construyendo. El futuro de la sinodalización de la Iglesia depende de la conversión personal y comunitaria que estemos dispuestos a asumir corresponsablemente.
Termino con las palabras de Juan A. Estrada: “revitalizar el cristianismo requiere de las urgentes reformas necesarias para que no sea cada vez más difícil ser cristiano en una sociedad cada vez más alejada del cristianismo existente”.
Por María África de la Cruz Tomé