Y en este primer
círculo de 2025 no podemos evitar mirar atrás, al año 2024, un año que acabó
sin precedentes de muertes en nuestras fronteras. Del 1 de enero al 15 de
diciembre, 10.457 personas fallecieron o desaparecieron en su intento de migrar
a España, un 58% más que las contabilizadas en 2023, según el informe de la
organización Caminando Fronteras, elaborado a partir de su sistema de
alertas de pateras en peligro a través del contacto directo con los supervivientes
de las tragedias y los seres queridos de las víctimas. Dicho de otro modo, cada
día, 30 personas perdieron la vida en aguas fronterizas; y 30 familias están
con angustia a la espera de una llamada o un mensaje que nunca llega.
Fueron 293 tragedias
ocurridas en las diferentes rutas recorridas por quienes intentan llegar a
España, de las que 131 embarcaciones desaparecieron sin dejar rastro. De las
víctimas, 1.538 eran menores y 421 eran mujeres. Estas cifras evidencian un
fracaso profundo de los sistemas de rescate y de protección. Más de 10.400
personas muertas o desaparecidas en un solo año es una tragedia inadmisible.
Ante esta realidad sangrante, urgimos a que se priorice la protección del
derecho a la vida, se refuercen las operaciones de búsqueda y rescate, y se
garantice la justicia para las víctimas y sus familias.
Donde más muertes se
registraron fue por la ruta Atlántida, con 9.757 personas, pero aquí, en
nuestra provincia, a escasos 100 kilómetros de distancia, también hubo personas
ahogadas. Un total de 110 en el Estrecho.
Los números son fríos y distantes, y no solo hay fallecidos; Detrás de cada uno de los contabilizados hay una familia, un hogar, unos padres que están sufriendo la pérdida de sus seres queridos, que en la mayoría de las ocasiones no tienen sus cuerpos para poder darles una sepultura digna.
De las tragedias
documentadas sufridas por personas que viajaban en cayucos procedentes de
África Occidental, el 71% corresponde a aquellos que partieron desde
Mauritania, el principal punto de salida hacia Canarias, aunque también parten
desde Senegal, Agadir y el Sahara Occidental.
En las embarcaciones
que realizan este trayecto viajan mayoritariamente personas procedentes del
Sahel, que utilizan Mauritania como un país de paso para alcanzar Europa.
“Estas personas huyen de conflictos bélicos, el impacto del cambio climático y
diversas formas de violencia, como explotación laboral, matrimonios forzados y
trata con fines de explotación sexual.
El trayecto del
Estrecho está marcado por el alarmante porcentaje de víctimas menores, muchos
de ellos después de intentar cruzar el espigón fronterizo del Tarajal con
destino Ceuta. El 20% de las víctimas en esta ruta son niños, niñas y
adolescentes.
El aumento de víctimas
está directamente relacionado con factores como la omisión del deber de socorro
por encima de la protección al derecho a la vida y la prevalencia de políticas
de externalización de fronteras, que vulneran los derechos humanos de las
personas migrantes.
Y a los que logran
arribar a la costa conservando la vida se les aplican unas leyes represivas,
dignas de delincuentes que han realizado algún acto delictivo contra la
propiedad o a las personas, como a Mamour Bakhoum, el mantero senegalés
perseguido por hacer venta ambulante, que se tiró al río Guadalquivir cuando huía
de la Policía en Sevilla, y murió ahogado sin que nada se pudieran hacer por su
vida.
La ley está hecha para
que en lugar de proteger y apoyar a quienes buscan refugio, vida digna y
pacífica, ponga trabas mediante impedimentos para estar y trabajar de forma
legal y segura, con una burocracia excesiva. Las leyes españolas, no hacen
puentes hacia la integración, sino que son un muro que la dificultan.
En este año del
jubileo, más que nunca, es necesario poner al migrante en el punto de mira,
focalizar la atención. Este año jacobeo también es la atención al hermano
migrante una posibilidad para la obtención de la indulgencia plenaria, y para
ello hay que acercarse, saber de él, conocerlo, aceptarlo, contribuir a su integración
y bienestar. La diócesis de Cádiz y Ceuta ha marcado para este año centros
jubilares a la sede de la Fundación Centro Tierra de Todos, en Cádiz, y a la
sede del Centro de San Antonio en Ceuta.
Los que quieran pueden
acercarse, ofrecerse voluntarios, dar tiempo, conocimientos, materiales,
dinero…. Hay mucho trabajo por hacer…. cada uno con lo que tenga y pueda.
Crucemos por la puerta sagrada que está en el corazón de cada hermano migrante,
ventilemos nuestros corazones, que entre la luz y la esperanza, hagamos de este
mundo un lugar para acoger y ser acogidos.
Porque “todavía no es
demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”.
Amigos, comienza
nuestro TIEMPO DE SILENCIO.
MESA DIOCESANA DE ATENCION
Y ACOGIDA DE MIGRANTES Y
REFUGIADOS
DE CÁDIZ Y CEUTA.
Colaboración de Juan García de Paredes.