Un sentido espiritual de la pobreza, el hambre y el llanto, en las bienaventuranzas
"La pobreza se refiere a no desear, no poseer aferrándose y no saber que es su propiedad; solo se está allí, libre"
"Soy pobre en
medio de las cosas que me van rodeando. Mi relación es libre no solo con los
objetos sino también con las personas. No poseo a nadie, no deseo a nadie y
tampoco menos aún voy a estar en el plan de saber que alguien es una propiedad
mía"
"El Maestro, por
el contrario, dice que es una vergüenza para el ser humano, ver que otro
hermano tiene hambre y no le comparte su pan; que no debería haber seres
humanos sintiendo hambre, por falta de sustento"
"Este es el camino
de los discípulos del Maestro, pero también es el camino de nuestra práctica
contemplativa: lo abandono todo para unirme a la presencia divina que habita el
hondón de mi alma, con una profunda hambre de Dios, y anhelando"
Los pobres, los que tienen hambre, los que lloran. El pobre es aquel que no tiene nada, que no sabe nada, que no desea nada. Es pobre es aquel que no tiene nada, pero también, que no sabe nada ni desea nada. El que tiene hambre es el que está abierto a ser alimentado. Aquel cuya apertura siempre deja espacio para Aquel que lo va a alimentar. El que llora, -no necesariamente es el que está triste-; el que llora es el que clama, el que gime. De hecho, la misma expresión de llanto y de gemido en la tradición bíblica, es una de las formas de oración meditativa. El que gime, el que ansía, -el que llora-, dice el Maestro, que es feliz, Bienaventurado, dichoso. Dichosos los pobres, los que tienen hambre y los que lloran, -puede sonar contradictorio- pero es porque Él sabe a qué se está refiriendo.
El pobre es el que ya
ha sabido abandonarlo todo; por eso no tiene. En esto siempre habrá en qué
profundizar. No es el que, en sí mismo, no posea materialmente nada. Todos lo
necesitamos. Todos necesitamos poseer nuestros vestidos, ojalá un techo dónde
cobijarse en la noche, el pan para comer, un espacio para compartir, etc.;
todos lo necesitamos. Entonces la pobreza no necesariamente se refiere a esto.
Bienaventuranzas
La pobreza se refiere a no desear, no poseer aferrándose y no saber que es su propiedad; solo se está allí, libre. Yo soy pobre en la medida en que puedo tener una relación libre con la creación; que, si tengo un reloj, por ejemplo, aunque se sepa que es una propiedad mía, vivo como si no lo supiera; es decir, que en ningún momento yo esté dependiendo de él: así como lo recibí, lo puedo entregar; no me aferro a él. Me sirve para saber la hora -y eso está bien-, pero no puede ser el motivo de mis desvelos. Si algún día ya no lo encuentro, se me perdió, se me rompió, etc., no se convertirá en el motivo de mis desvelos. ¿Por qué? porque desde antes, ‘ya no lo tengo’, ‘ya no lo sé mío’, ‘ya no lo deseo’.
Soy pobre en medio de las cosas que me van rodeando. Mi relación es libre no solo con los objetos sino también con las personas. No poseo a nadie, no deseo a nadie y tampoco menos aún voy a estar en el plan de saber que alguien es una propiedad mía. Quienes están casados, o viven en pareja, no pueden pretender que el otro sea su propiedad. Más bien han de entender que el otro es su compañía, con quien van haciendo camino juntos; pero no es ‘su propiedad’. Ningún ser humano es dueño de ningún ser humano; pero van juntos, y -ojalá siempre bien acompañados-. Eso es pobreza. Cuando se llega a ese nivel se es bastante libre y existe un gozo pacífico. Allí se vive una vida más tranquila. Bienaventurados los pobres, dichosos, felices.
Bienaventurados los que tienen hambre, porque siempre están en la apertura a ser alimentados por la presencia Divina. De ninguna manera el Evangelio está hablando acerca de ‘bienaventuradas las personas que tienen hambre y viven sin un pan mendigando en la calle’; no está diciendo eso. El Maestro, por el contrario, dice que es una vergüenza para el ser humano, ver que otro hermano tiene hambre y no le comparte su pan; que no debería haber seres humanos sintiendo hambre, por falta de sustento. Entonces aquí de lo que se trata es de comprender el hambre como la apertura; el vaciarse para ser plenamente nutrido por la presencia divina. Pero también por la presencia del otro; el otro me alimenta con su presencia, y yo estoy abierto a él, no soy indiferente, tampoco pretendo atraparlo, pero siempre estoy abierto al alimento que me da su presencia.
Bienaventurados los que tienen hambre porque los que están saciados no necesitan nada de nadie, ni siquiera de Dios. Si estoy saciado no hay apertura, -ya estoy saciado-, cierro la puerta. En cambio, el que tiene hambre, -hambre de Dios, y podríamos agregar, sed de Dios-, hambre de encontrarse con los otros, sed de compartir el amor con los otros, a ese se refiere el Maestro: al que tiene el hambre del otro y de Dios. De ningún modo el Señor se alegra con el hambriento de la calle que no tiene pan; ¡no! Más bien, es dichoso aquel que se abre, que está siempre atento a lo que se le puede conceder.
Bienaventurados los que
lloran
Y bienaventurados los que lloran, no se trata aquí de aquel que anda triste llorando y lamentándose. No. Es más bien aquel que gime. Gime por la presencia del Reino en su vida y en los demás: gime. Esta expresión se encuentra en muchos salmos: en el lecho gimo, anhelando tu presencia, dice un salmo; en el lecho lloro traducen algunas biblias. Lloro anhelando tu presencia o meditando en Ti. De ninguna manera es una tristeza, no siempre es una tristeza, -claro que lo hay-; sin embargo, aquí se refiere a ese anhelo, a ese gemido, a ese clamor.
Gimo por la presencia
divina, y, serán consolados aquellos que gimen por la presencia del Reino. No
solo en su propia existencia, sino en la de los otros. También es un anhelo de
hacer presente el Reino de Dios entre todos, en las pequeñas familias, en las
grandes comunidades, en nuestras ciudades, en el mundo. Ahora más, cuando hay
una extraña manifestación de cerrazón de algunas personas, de algunas formas de
gobierno, de algunos estilos de vida, -cerrados-, no hay apertura, no escuchan
el clamor del que tiene hambre y del que busca. No lo escuchan; y, por tanto,
no son nada pobres.
Este es el camino de
los discípulos del Maestro, pero también es el camino de nuestra práctica
contemplativa: lo abandono todo para unirme a la presencia divina que habita el
hondón de mi alma, con una profunda hambre de Dios, y anhelando. Gimiendo por
esa experiencia de unidad en donde también entran mis hermanos y entra el
cosmos, -al que estoy llamado a cuidar-; ¡Vamos, es hora de practicar!
Victor Ricardo Moreno
Holguín