Hermanos, quienes dicen que el obispo, la Iglesia, los sacerdotes, hemos causado el malestar del país, quieren echar polvo sobre la realidad. Los que han hecho el gran mal son los que han hecho posible tan horrorosa injusticia social en que vive nuestro pueblo (Homilía de 17 de febrero de 1980, VIII, p.233).
LOS POBRES Y LA IGLESIA
Los pobres han marcado
el verdadero caminar de la Iglesia. Una Iglesia que no se une a los pobres para
denunciar desde los pobres las injusticias que con ellos se cometen no es
verdadera Iglesia de Jesucristo (Homilía de 17 de febrero de 1980, VIII,
p.233).
UNA IGLESIA CODO CON CODO CON EL POBRE
Queremos una Iglesia
que de veras esté codo a codo con el pobre pueblo de El Salvador, y así notamos
que cada vez, en este acercarse al pobre, descubrimos el verdadero rostro del
Siervo sufriente de Yahvé. Es allí donde nosotros conocemos más cerca el
misterio del Cristo que se hace hombre y se hace pobre por nosotros (Homilía de
17 de febrero de 1980, VIII, p.234).
ANUNCIAR LA BUENA NUEVA
¿Qué otra cosa hace la Iglesia? Anunciar la buena nueva a los pobres. Pero no con un sentido demagógico, como excluyendo a los demás, sino al contrario. Aquellos que secularmente han escuchado malas noticias y han vivido peores realidades están escuchando a través de la Iglesia la palabra de Jesús: ¡El reino de Dios se acerca! Es nuestro. ¡Dichosos ustedes, una los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios! Y desde ahí tiene también una buena nueva para anunciar a los ricos: que se conviertan al pobre para compartir con él los bienes del reino de Dios, que son de los pobres (Homilía de 17 de febrero de 1980, VIII, p. 234).
Colaboración de Javier
Palop