Factores socioeconómicos, geopolítica, guerras, tecnología
Es imprescindible hacer
saber que están concebidas desde el campo popular, reivindicando a los pueblos
del mundo -siempre en precariedad en el sistema global capitalista-, pensando
en alternativas que vayan más allá del estado actual de penurias en que viven
las grandes mayorías planetarias. Sin pretenderse “predicciones”, lo que está
claro al analizar la coyuntura global es que no vienen tiempos fáciles para las
grandes mayorías. Todo por el contrario. La llegada de la “motosierra” de Trump
augura más penurias. Por tanto, más resistencia, más luchas. El socialismo, hoy
muy golpeado, no ha desaparecido de la perspectiva histórica de la humanidad. Y
aunque Javier Milei vocifere “¡Tiemblen, zurdos de mierda!”, la lucha popular
por un mundo mejor continúa.
Los avances científico-técnicos que se van logrando en el mundo son fabulosos. Estamos ya plenamente en la era de tecnologías deslumbrantes, impensables apenas unas décadas atrás: informática, espacio digital, robótica, inteligencia artificial, viajes interplanetarios. Todo ello podría ser de gran beneficio para la humanidad completa, pero el modo de producción capitalista vigente impide que esos portentosos avances sirvan para resolver ancestrales problemas. Junto a todas esas maravillosas capacidades continúan el hambre, la ignorancia, la exclusión, enfermedades previsibles, falta de satisfactores básicos. Con los modelos actuales de desarrollo, con el auge sin parar de planteos neoliberales, es imposible lograr equilibrios más justos. Las asimetrías continúan profundizándose.
La tendencia actual es
a concentrar en forma creciente las riquezas en muy pocas, poquísimas manos,
mientras mayorías cada vez más extendidas viven en condiciones precarias, a
veces de pura sobrevivencia. La clase trabajadora -esto a nivel planetario-,
los pueblos en general, han sido dominados (“domesticados”, disciplinados) por
la clase dirigente, a nivel de cada país y en un contexto internacional. Los
ideales socialistas de décadas pasadas han sido sacados de circulación, muchas
veces en forma sangrienta, lo cual no significa que hayan perdido vigencia. Lo
cierto es que, salvo algunas pocas experiencias sobrevivientes de planteos
socialistas, corriendo suertes dispares (China, Cuba, Norcorea, Vietnam), no
hay un clima de transformación revolucionaria de la sociedad como en el pasado.
Lo más a que pareciera poder aspirarse es a gobierno progresistas, llegados por
voto popular, siempre en el marco de la incuestionable institucionalidad
capitalista. El capitalismo pareciera marchar victorioso. No es así, pero la
percepción que ha logrado crear a través de toda su parafernalia
mediático-cultural-ideológica (incluyendo el internet como poderosísima arma de
control) así lo hace visualizar. Repitiendo lo dicho por un ícono del neoliberalismo,
la británica Margaret Thatcher, la -impuesta- sensación dominante es que “No
hay alternativa”.
La situación geopolítica del mundo actual puede compararse con un barril de pólvora sobre el que la humanidad estaría sentada, con la posibilidad de que una pequeña chispa pueda producir un resultado catastrófico. Es imposible, por tanto, vaticinar cómo seguirá todo esto. Sobran tensiones, pero lo que queda claro es que la hegemonía occidental, liderada por Estados Unidos, está en declive. En ese sentido no es posible dar un resultado final de la guerra en curso en Ucrania, saber cómo seguirá la explosiva situación de Medio Oriente, qué pasará con los tambores de guerra que suenan en torno a Taiwán, y qué escenarios se abrirán con el auge de los BRICS+ con su propuesta de desdolarización de la economía global, apoyados por la creciente fortaleza china y rusa. De todos modos, con los elementos de análisis a los que se puede acceder, elementos que no son demasiados, por cierto, pueden verse tendencias, no muy claras aún, pero que ya empiezan a prefigurarse.
Con la ascensión de Trump a la presidencia de la principal potencia capitalista, se abre un nuevo capítulo donde queda claro que Washington intenta recuperar el terreno perdido en estas décadas, poniendo como principal obstáculo para su geohegemonía a China. Lo que está claro también es que con las políticas neoliberales en curso se han precarizado a un grado extremo las condiciones de trabajo y de vida de los más amplios sectores del mundo, tanto en el Sur como en el Norte, habiendo salido de agenda, al menos temporalmente, los ideales socialistas y la búsqueda de transformaciones revolucionarias. En síntesis, y tal como van las cosas en este momento, todo indica que marchamos inexorablemente hacia un mundo multipolar, donde Estados Unidos -con la nueva presidencia- está dispuesto a no ceder su lugar de poder pretendiendo siempre la unipolaridad incuestionable. Pero de socialismo, de momento: nada. Los BRICS+ pueden abrir nuevos escenarios, siempre en la perspectiva capitalista. De todos modos, aunque no se ven propuestas de transformación revolucionaria a la vista, la dinámica global sigue marcada hondamente por diversos tipos de conflictos, y eso puede reventar en cualquier momento y de formas sorprendentes. Una eventual Tercera Guerra Mundial no está descartada.
Hoy se libran más de 50 guerras en el mundo, desde pequeñas escaramuzas hasta grandes enfrentamientos con poderosos armamentos. En todas ellas los fabricantes de equipos militares hacen buenos negocios. Pero de todas, dos son las más mediáticas: Ucrania y Palestina. En estos casos, quienes más han sufrido son: el pueblo ucraniano, por un lado, y la población palestina, por otro. El país eslavo, así como el territorio palestino, han quedado prácticamente destruidos. En Ucrania, según las primeras estimaciones, su reconstrucción podría costar no menos de 500.000 millones de dólares (algunos cálculos llevan la cifra a un billón). Es por demás de claro que el conflicto se libra entre Estados Unidos/OTAN y la Federación Rusa, siendo la ex república soviética la que pone el cuerpo. Para Washington, que en realidad representa básicamente los intereses de su poderoso complejo militar-industrial, cualquier conflicto es buen negocio, porque permite vender armas al por mayor. Si la guerra tenía como objetivo empantanar a Moscú, preparando con ello las condiciones para posteriormente ir sobre China (el verdadero gran rival de Estados Unidos), ello no se está cumpliendo a cabalidad. Moscú ha demostrado hasta el momento tener una enorme capacidad bélica, no pudiendo ser derrotada en el campo de batalla. Por el contrario, ha sido la OTAN la perdedora, pero poniendo los cuerpos el pueblo ucraniano. Aunque el plan de Washington no se ha cumplido exitosamente en lo militar, igualmente le está procurando enormes ganancias económicas. Las sanciones impuestas a Moscú, al contrario de lo previsto, no arruinaron la economía rusa. De hecho, Rusia hoy muestra una alta pujanza económica, ubicándose en el onceavo lugar a nivel mundial, dado su PBI, con enormes reservas monetarias.
La que es también una gran perdedora en todo esto es la Unión Europea quien, forzada por Washington, ha tenido que renunciar a los energéticos rusos mucho más baratos, terminando por ser cliente obligado (rehén) del gas licuado provisto por Estados Unidos, mucho más caro. Si alguien ganó con todo esto fueron los capitales estadounidenses, que hicieron un triple negocio: 1) el complejo militar-industrial elevó sus ventas de armas en forma exponencial, 2) sus empresas gasíferas, productoras de gas natural licuado, el que comenzaron a vender a los países europeos a un precio mucho mayor que lo que ellos pagaban por el gas ruso, y 3) las empresas que se cobrarán las facturas de la reconstrucción de la destruida Ucrania, en muchos casos tomándolas en especie, como por ejemplo las compañías agroalimentarias (Cargill, Monsanto, Du Pont), quedándose con las enormes tierras fértiles del país eslavo (el “granero de Europa”, con 33 millones de hectáreas cultivables).
Para los capitales estadounidenses el negocio es fabuloso, pues la reconstrucción de Ucrania estará a cargo de ellos; Europa participará en esto en calidad de socio menor. Contrario a ese lema que dice que “en la guerra no gana nadie”, es más que evidente que sí hay ganadores y, evidentemente, nunca es el pueblo de a pie, sino los grandes megacapitales que manejan buena parte del mundo, imponiendo sus políticas leoninas, siendo los que declaran cuándo comienzan y cuándo terminan esos conflictos. Si ahora, cuando en el campo de batalla la suerte ya está echada, comienza a perfilarse una salida política, es porque en Occidente ya existen perspectivas para negociar. Bruselas presiona para que ello se haga realidad, pues la situación europea comienza a ser altamente preocupante en lo económico, con su estancamiento ya cercano a crisis, con inflación en alza y mucha industria en situación de parálisis, dado el precio de los energéticos. En países centrales de la Unión Europea, como Alemania y Francia, ya se está técnicamente en recesión. La crisis comienza a golpear inclemente, repercutiendo en la calidad de vida de su población.
Por Marcelo Colussi
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