El pasado 13 de marzo se cumplieron doce años del papado de Francisco. La primera distorsión fue la elección de un Papa “venido del fin del mundo” con nuevas formas y una estrategia eclesial que recuerda la novedad que fue el Concilio Vaticano II, versión siglo XXI. No ha sido fácil enfrentarse al clericalismo, empoderar a los laicos ya las mujeres, abrir la Iglesia al diálogo y al debate y cambiar las prioridades con actitud de pastor y no de jerarca. Ha revolucionado el modo de ser y actuar de la Iglesia con un marcado estilo profético que no esquiva ninguno de los conflictos que han sido sucediéndose dentro y fuera de la Iglesia en este tiempo cada vez más tumultuoso donde Francisco sabe brillar con luz propia.
Su estilo sencillo y cercano encandila a extraños por su halo de autenticidad. Ello choca a diario con el poder eclesial deformado por una mala praxis donde la institución parece ser más importante que el Mensaje. Desde el principio les dijeron a cardenales y obispos que no actuaron como príncipes de la Iglesia sino como líderes de servicio, y que abrieron las puertas a la verdadera corresponsabilidad del laicado, masculino y femenino. En su primer sínodo como Papa dijo a los participantes que hablen claro y "que se diga con valentía”. Su idea de Iglesia ha sido la de un “hospital de campaña para los heridos, no un club reservado a los ricos”. Su énfasis vital destaca por la compasión, la misericordia y la reconciliación. Y desde ahí su apuesta por la sinodalidad como el camino de transformación interior y comunitario caminando juntos a la escucha entre diferentes que muestra la mejor cara del Evangelio. Es un cambio de dinámica para convertirse en un proceso de participación de todos los bautizados, un nuevo estilo de ser cristiano para el siglo XXI, su legado más importante, que un buen seguro provocará un nuevo Concilio por el calado personal y estructural que supone en la práctica.
Francisco no quiere que la imagen de la comunidad eclesial sea distante, atrapada en sí misma, prisionera de su propia rigidez. Con sus palabras y acciones ha defendido a los migrantes, refugiados y marginados. Aunque son muchos los cambios que ha introducido en la Iglesia, él mismo reconoce que le queda mucho por hacer, como el tema de la mujer en la Iglesia. Tampoco ha completado el tema del celibato voluntario ni el diaconado y sacerdocio femenino. Pero todo ello requiere de una reforma a fondo del Código de Derecho Canónico y de la Curia romana también, a pesar de algunos cambios ya producidos para acoplarse de una vez la norma al espíritu evangélico.
Pendiente queda “lo”
del Estado Vaticano, así como normalizar la cultura de autocrítica
institucional como práctica diocesana para reforzar lo bueno y para reformar o
cambiar las actitudes y conductas que provocan escándalo. Con todo, Francisco
ha tenido tiempo para realizar 47 viajes apostólicos visitando 66 países de los
cinco continentes. Sin embargo, me quedo con su visita doméstica a la isla de
Lampedusa para solidarizarse con los refugiados e inmigrantes por lo que tuvo
de icónica ante la postura oficial italiana contra la inmigración. Todo ello
sin olvidar su labor de mediación en varios conflictos tratando de construir un
mundo de fraternidad entre tanto odio. Pero le agradezco todavía más su estilo,
su sonrisa del corazón y el templo que demuestra en el día a día: su actitud es
Evangelio puro, modelo de vida para amigos y enemigos. De ahí que me siento
especialmente atraído por este Jubileo que él promueve con el sugerente nombre
del Jubileo de la Esperanza.
No lloremos cuando
falte este gran profeta. Mejor si agradecemos hoy su legado poniendo de nuestra
parte para seguirle por la senda que Francisco propone. Él ha estado y está muy
solo, incluso más solo dentro que fuera de la Iglesia en donde concita grandes
simpatías y respeto a su figura por su ejemplo al proponer el Evangelio como lo
que es: una buena noticia llevada a la práctica. El bien inmenso que ha
sembrado es semilla de presente y sobre todo de futuro, mal que les pese a los
de siempre.
GABRIEL Mª OTALORA
ECLESALIA