HIGUERA ESTÉRIL
En aquella ocasión se
presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió
Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
¿Pensáis que esos galileos
eran más pecadores que los demás galileos porque acabaron así?. Os digo que no;
y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que
murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que
los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos
pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta
parábola:
Uno tenía una higuera
plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo
entonces al viñador: <<Ya ves: tres años viniendo a buscar fruto en esta
higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en
balde?>>. Pero el viñador contestó:
<<Señor, déjala
todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto.
Si no, el año que viene la cortarás>> (Lucas 13, 1-9).
¿PARA QUÉ UNA HIGUERA
ESTÉRIL?
Jesús se esforzaba de
muchas maneras en despertar en la gente la conversión a Dios. Era su verdadera
pasión: ha llegado el momento de buscar el reino de Dios y su justicia, la hora
de dedicarnos a construir una vida más justa y humana, tal como la quiere él.
La parábola ha sido contada para provocar nuestra reacción. ¿Para qué una higuera sin higos? ¿Para qué una vida estéril y sin creatividad? ¿Para qué un cristianismo sin seguimiento práctico a Jesús? ¿Para qué una Iglesia sin dedicación al reino de Dios?
¿Para qué una religión
que no cambia nuestros corazones? ¿Para qué un culto sin conversión y una práctica
que nos tranquiliza y confirma en nuestro bienestar? ¿Para qué preocuparnos
tanto de <<ocupar un lugar importante en la sociedad si no introducimos fuerza
transformadora con nuestras vidas? ¿Para qué hablar de las <<raíces
cristianas>> de Europa si no es posible ver los <<frutos cristianos>>
de los seguidores de Jesús?
VIDA ESTÉRIL
El riesgo más grave que
nos amenaza a todos es terminar viviendo una vida estéril. Sin darnos cuenta
vamos reduciendo la vida a lo que nos parece importante: ganar dinero, no tener
problemas, comprar cosas, saber divertirnos…Pasados unos años nos podemos
encontrar viviendo sin más horizonte ni proyecto.
¿Qué sentido tiene
vivir ocupando un lugar en el conjunto de la creación si nuestra vida no
contribuye a construir un mundo mejor? ¿Nos contentamos con pasar por esta vida
sin hacerla un poco más humana?
Criar un hijo, construir una familia, cuidar a los padres ancianos, cultivar la amistad o acompañar de cerca a una persona necesitada…no es <<desaprovechar la vida>>, sino vivirla desde su verdad más plena.
CAUTIVOS DE UNA
RELIGIÓN BURGUESA
Hace unos años, Johann Baptist
Metz publicó un pequeño libro que causó verdadero impacto entre los católicos
alemanes. Se titulaba <<Más allá de la religión burguesa>>. Según
el prestigioso teólogo, en la Europa actual no es la religión la que transforma
a la sociedad burguesa. Es más bien esta la que está desvirtuando lo mejor de
la religión cristiana.
No le faltaba razón.
Día a día vamos interiorizando actitudes burguesas como la seguridad, el
bienestar, el individualismo, el rendimiento o el éxito, que oscurecen y disuelven
actitudes genuinamente cristianas como la conversión a Dios, la compasión, la
defensa de los pobres, el amor desinteresado o la disposición al sufrimiento.
Que fácil es vivir una
religión que no cambia los corazones, una práctica religiosa que nos
tranquiliza y confirma en nuestro pequeño bienestar, mientras seguimos
desoyendo la llamada de Dios. ¿Cómo es nuestro cristianismo? ¿Nos convertimos o
nos limitamos a creer en la conversión? ¿Nos compadecemos de los que sufren o
nos limitamos a creer en la compasión?
¿Amamos de manera desinteresada
o nos limitamos a vivir un amor privado y excluyente, que renuncia a la justicia
para todos y nos encierra en nuestro pequeño mundo?
LA ORIENTACIÓN DE FONDO
El fin de la Iglesia no
es conservar lo que está desapareciendo. El objetivo de la Iglesia no es
tampoco sobrevivir.
<<Resignarnos>>
puede parecer una virtud santa y necesaria, pero puede también encerrar no poca
comodidad y cobardía. Lo más sencillo sería cerrar los ojos y no hacer nada. Sin
embargo, hay mucho que hacer: nada menos que escuchar y responder a lo que el
Espíritu de Jesús nos está diciendo en estos tiempos.
Solo sabemos que el
futuro se está gestando en el presente. Esta generación de cristianos estamos decidiendo
en buena parte el porvenir de la fe entre nosotros.
Lo que se le pide a la
Iglesia de hoy es que sea lo que dice ser: la Iglesia de Jesús. No es el
instinto de conservación, sino el Espíritu del Resucitado el que ha de
guiarnos.
La parábola de la
<<higuera estéril>>, dirigida por Jesús a Israel, se convierte hoy
en una clara advertencia para la Iglesia actual.
Lo decisivo es arraigar
nuestra vida en Cristo y dar frutos de conversión.
NO BASTA CRITICAR
No basta criticar. No basta
indignarnos y deplorar los males, atribuyendo siempre a otros la
responsabilidad.
Y es necesario que todos
reconozcamos nuestra propia responsabilidad en los conflictos y la injusticia
que afecta a la sociedad.
Sin duda, la crítica es
necesaria. Pero la crítica se convierte en verdadero engaño cuando termina
siendo un tranquilizante cómodo que nos impide descubrir nuestra propia
implicación en las injusticias.
Jesús nos invita a no vivir
denunciando culpabilidades ajenas.
La tarea es de todos. Tenemos
que aprender a vivir de manera diferente, no de acuerdo a las reglas de juego que
hemos impuesto en nuestra sociedad egoísta.
Hemos de escuchar el grito
de alerta de Jesús: <<Si no os convertís, todos pereceréis>>.
Nos salvaremos si llegamos a ser no más poderosos, sino más solidarios. Creceremos no siendo cada vez más grandes, sino estando cada vez más cerca de los pequeños. Seremos felices no teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor.
No nos salvaremos si continuamos
gritando cada uno sus propias reivindicaciones y olvidando las necesidades de los
demás.
Hemos de atrevernos a
escuchar con más fidelidad el Evangelio de Jesús.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.