Tierra y Humanidad son una sola cosa
[Por: Leonardo Boff]
En los últimos tiempos
estamos presenciando horrorizados conflictos y guerras en varias partes del
planeta, luchando por partes de sus territorios, especialmente en la Franja de
Gaza, en Sudán y en Ucrania. Desde una visión ecológica, todo eso nos parece un
tanto ridículo.
Ya en 1795 en su
famosos texto La Paz Perpetua el filósofo Immanuel Kant (1724-1804) escribía
que la Tierra pertenece a la humanidad y es un bien común de todos. Nadie es
dueño de la Tierra o recibió del Creador una escritura de propiedad de ella.
Por esta razón no hay porqué luchar entre nosotros, si todo es nuestro. Hoy
enriqueceríamos esta lectura de Kant diciendo que la Tierra pertenece a la
comunidad de vida, a la naturaleza, a la flora y a la fauna y a los trillones
de trillones de microorganismos escondidos en el subsuelo, bacterias, hongos y
virus. La Tierra es de todos ellos, pues han sido generados por ella y la
necesitan para vivir.
Si hubiese un mínimo de
sensatez en la cabeza de los humanos, esto sería una evidencia y todos
viviríamos en la misma Tierra como en Nuestra Casa Común en una paz perpetua.
Pero como somos al mismo tiempo sapientes y dementes, portadores de
razonabilidad y de demencia, hay épocas en las que la insensatez predomina y en
otras, la sensatez. Hoy parece predominar la demencia generalizada. De ahí la
disputa por tierras debido a las cuales se entablan guerras letales. Pero
veamos algunos datos.
El universo existe
desde hace 13.700 millones de años. El sol hace 5.000 millones de años. La
Tierra hace 4.450 millones de años. El ser humano primitivo hace 7-8 millones
de años. El homo sapiens sapiens, de quien descendemos, hace 100 mil años. Si
reducimos los 13.700 millones de años a un año cósmico, como hizo el cosmólogo
Carl Sagan, nosotros nacimos el día 31 de diciembre, a las 23 horas 59 minutos
y 59 segundos. Somos por tanto un momento casi imperceptible del curso cósmico,
un minúsculo grano de arena en el conjunto de los seres. Pero nuestra grandeza
reside en tener conciencia de que somos eso y de que sabemos nuestro lugar y
nuestra responsabilidad frente al conjunto de los seres.
Desde allí arriba, desde la Luna, confirman los astronautas, la Tierra emerge como un planeta esplendoroso, azul y blanco, que cabe en la palma de la mano, un cuerpo pequeñísimo en la inmensidad oscura del universo.
Es el tercer planeta
del Sol, un sol de suburbio, estrella media de quinta grandeza, uno entre otros
doscientos mil millones de soles de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Esta
galaxia es una entre cien mil millones de otras galaxias y conglomerados
incontables de galaxias. El sistema solar dista 28 mil años luz del centro de
la Vía Láctea, en la cara interna del brazo espiral de Orión.
El testimonio del
astronauta Russel Scheweickhart que pudo ver la Tierra desde fuera de la
Tierra, resume los relatos de sus compañeros: «Vista desde fuera, percibes que
todo lo que nos es significativo, toda la historia, el arte, el nacimiento, la
muerte, el amor, la alegría y las lágrimas, todo eso está en aquel pequeño
punto azul y blanco que puedes tapar con el dedo pulgar. Desde esa perspectiva
se entiende que en nosotros cambió todo, que empieza a existir algo nuevo, que
la relación ya no es la misma que era antes» (The Overview Effect, Boston 1987,
p.200).
Como declaró Isaac
Asimov, gran difusor ruso de datos cosmológicos, el día 9 de octubre de 1982 a
solicitud de la revista New York Times, celebrando los 25 años del lanzamiento
del Sputnik que inauguró la era espacial: «el legado de este cuarto de siglo
espacial es la percepción de que, en la perspectiva de las naves espaciales, la
Tierra y la humanidad forman una única entidad». Nótese que no dice que forman
una unidad, resultante de un conjunto de partes. Afirma mucho más, que formamos
una única entidad, es decir, un único ser, complejo, diverso, contradictorio y
dotado de gran dinamismo.
Tal afirmación
presupone que el ser humano no está solo sobre la Tierra. No es un peregrino
errante, un pasajero venido de otras partes y perteneciente a otros mundos. No.
Él, como homo (hombre) viene de húmus (tierra fértil). Él es Adam (que en
hebreo significa el hijo de la Tierra fértil) que nació de Adamah (Tierra
fecunda: Gen 2,7). Es hijo e hija de la Tierra. Más aún, es la propia Tierra en
su expresión de conciencia, de libertad y de amor. A través de él ella
contempla el universo.
Como lo afirma la
encíclica de ecología integral del Papa Francisco Laudato Sì: como cuidar de la
Casa Común (2015): «La interdependencia de todas las criaturas es querida por
Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión, las
innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se
basta a sí misma; que no existen sino en interdependencia unas de otras, para
complementarse y servirse mutuamente» (n.86).
El universo caminó
13.700 millones de años para producir esta admirable obra que nosotros, los
seres humanos, recibimos como herencia para cuidar como jardineros y preservar
como guardianes fieles. Tierra-humanidad tenemos el mismo destino, pues nos
pertenecemos mutuamente. Lamentablemente no hemos cumplido nuestra misión y no
sabemos lo que nos espera de aquí en adelante. Ojalá algo bienaventurado: la
Tierra para todos.
*Leonardo Boff ha
escrito La Tierra en la palma de nuestra mano, Vozes 2016.
Traducción de MªJosé
Gavito Milano