Prefiere, sin lugar a dudas, permanecer discreta,
reservada, callada. Creo que en el fondo se teme a sí misma y al estrago que
pueda causar. A la "Shell" que hemos comprado le cuesta rugir, como
si recelara exhibir todo su desmesurado potencial. A veces hemos de esperar a
que venga el vecino a arrancarla, a veces hemos de resignarnos y retornar a la
hacha silenciosa, tenaz, infalible, por ende paciente.
Una vez en marcha el molesto ruido no ahuyente las
preguntas imprescindibles. Cuando la motosierra empieza a rugir en medio de la
sagrada paz del bosque deberemos tornar humildes, pedir permiso si queremos ver
por los suelos los enhiestos hermanos. Acabar con cualquier orden de vida
emplace nuestra conciencia. El depósito de la máquina necesita su precisa
mezcla de aceite y gasolina, también nuestros adentros acertada combinación de
respeto y veneración por cuanto nos rodea.
En el pasado, cuanto menos, mediaba el sudor y el
esfuerzo de la sierra de mano. La tala era más meditada y selectiva. Ahora el
esfuerzo es mínimo y el acelerador y su rugido desatan un poder desmesurado.
Los humanos constituimos un peligro con esas poderosas máquinas en nuestras
manos. En la mente de quien las maneje siempre la divisa de un bien mayor. El
mandatario también está llamado a darle al “start” con cuidado, a bañarse de
humildad, a evitar estridencias, a intentar no rugir en exceso y acabar de
repente con cuanto le precedió. Si la desolación física es grande, la
desolación de la motosierra exhibida ante la multitud es mayor.
Ese ruido infernal nos enseñorea. Producen gran estruendo y nuestro mundo ya se saturó de ruido. El operar de esas poderosas máquinas a menudo va acompañado de desolación y destrucción. Nuestros bosques no deben de ser destruidos, los pilares de nuestros estados de derecho tampoco deberían ser cercenados. La motosierra no es por lo tanto el regalo más adecuado. No se debiera obsequiar con facilidad, menos aún a políticos de accionar fácil e irresponsable. La Vida pone en nuestras manos unas sierras demasiado poderosas para nuestro relativo nivel de conciencia. No es fácil hacer un uso justo, adecuado, contenido de ellas. Es preciso saber cuándo, dónde y por qué activarlas.
Rugimos cuando albergamos pobres silencios, tristes
palabras, huecas soflamas. “El siglo XXI será espiritual o no será” pronosticó
André Malraux. La disyuntiva se manifiesta cada vez más nítida e
incuestionable: futuro de ruido, confusión, estruendo y motosierra o futuro
como el que apuntaba el profético filósofo francés de recogimiento y despertar
a nuestra dimensión más interna. El
silencio es el espacio imprescindible de maduración personal y colectiva. El
silencio se ha convertido en uno de nuestros bienes colectivos más preciados;
silencio interno y externo, silencio de la mente infatigable, de "la loca
de la casa" que diría HP Blavatsky y silencio exterior en medio de un
ruido y una desinformación crecientes.
Reconozco haber sentido cierto pudor, sino vergüenza,
al entrar con la motosierra rugiente en el bosque indefenso, solitario. Ojalá
algo de ello sintieran los políticos populistas al hacer rugir la motosierra en
sus actos multitudinarios. Nos inquietan esas motosierras elevadas a los
escenarios, a los altares políticos, al protagonismo de la “cosa pública”; nos
preocupa ese trapicheo de motosierras entre los poderosos del mundo. Dicen que
quieren acabar con la burocracia, pero, una vez puesto en marcha, su filo torna
ciego y acaba cortando de cuajo derechos, cercenando incluso libertades.
Los que honran todo reino de vida, los que defienden
el silencio y los bosques pierden escaños. En Alemania runrunea también ahora
con más fuerza la motosierra. Los que piensan y proyectan en exclusiva primera
persona, los que no dan crédito a que los hielos se deshielan y la atmósfera se
calienta; los que no aprecian el silencio, ni desean apagar nunca los motores,
ni detener las chimeneas, los que no sienten que todos los pueblos son igual de
grandes y que constituimos familia planetaria…, gobiernan en cada vez más
países. Mientras, debido al cambio climático, los fenómenos atmosféricos
extremos se multiplican acarreando las brutales consecuencias que ya conocemos.
El caos, la destrucción y el dolor no deban aumentar para ralentizar las
motosierras y su desarrollismo desbocado.
Avanza la ola del atronador nacional-populismo. Escala cada vez más poderes. El estruendo de la motosierra se extiende por doquier, amenaza nuestra necesidad de sosiego, nuestro anhelo de paz, de construir un mundo solidario, fraterno en el que por fin haya un lugar para todos. Nuestra humanidad necesita más silencios para volver a acogerse, encontrarse y valorarse a sí misma. Nadie más grande que el otro. Ya no la fuerza del que tiene más máquina, más motor y decibelios, sino la fuerza de la razón y la compasión aunadas que emanan de una ciudadanía madurada en espesos silencios, renacida en su dimensión más elevada.
Koldo Aldai Agirreetxe