Tengo la sensación de que no es precisamente el Espíritu lo que recomiendan pedir a nuestros obispos y jerarcas de la Iglesia en general, sino candidatos al sacerdocio para estar al frente de las comunidades (parroquias, para ser más exactos) a las cuales serán enviados por ellos, una vez ordenadas. Me da la impresión de que no se creen, no nos creemos, me incluyo, o lo creemos de manera errónea, las palabras que el profeta Isaías ponía en boca de Yahvé, allá por el siglo VIII aC, "Porque mis pensamientos no son tus pensamientos, ni tus caminos, mis caminos". Digo esto porque pienso que las plegarias que se elevan, van preñadas de una intencionalidad muy concreta sobre cómo deben ser las vocaciones suscitadas por Dios, en el caso de que sean al sacerdocio. Hombres (sexo masculino), célibes (o solteros, tengo la duda), para una Iglesia clerical (piramidal y jerarquizada), con dedicación al culto de manera preferencial (al menos esto es lo que intuyo, cuando veo el tipo de sacerdote que, desde hace ya tiempo, está saliendo de los seminarios), etc.
Pienso que debe ser muy
difícil (pongo este ejemplo por si nos ayuda a comprender mejor lo que digo a
continuación) que dos se entiendan cuando hablan idiomas diferentes y ninguna
de las dos conoce el idioma de su interlocutor. Que, si lo miramos bien, no es
otra cosa que lo que decía el profeta Isaías "Mis pensamientos no son tus
pensamientos".
Jesús habló de trabajar
por el Reino (además, de una manera silenciosa, pero efectiva: levadura dentro
de la masa y grano de mostaza ), en el que cupieran todos y todos, siendo los
pobres los preferentes. En cambio, la jerarquía eclesiástica se empeña, viene
empeñándose ya desde Constantino y Teodosio, en trabajar por una Iglesia de
poder, de dominio y de influencia. Quedando excluidos, silenciados, o en
segundo término en el mejor de los casos, quienes viven al margen de estos y
otros factores. Por tanto, la Iglesia pide a Dios algo que este no le puede dar
(por muy omnipotente que sea). Porque se encuentran en ondas diferentes y
caminan por vías paralelas, con imposibilidad de encontrarse.
Creo, humildemente, que
a la Iglesia le hace falta practicar un poco más, por no decir mucho más, la
oración de escucha. Dios no ha dejado nunca de hablar para manifestar cuál es
su voluntad en cada momento. Lo vio muy claro el Concilio Vaticano II "Por
eso ahora, más que nunca, la Iglesia tiene el deber apremiante de escrutar a
fondo los 'signos de los tiempos' e interpretarlos a la luz del Evangelio"
(GS 4, 1). Y, hoy, lo sigue haciendo también. ¿Dónde puede residir, entonces,
el problema? Creo no equivocarme si digo que es cuestión de lenguaje, en el
sentido de que, mientras Dios habla en clave de Reino, la Iglesia lo sigue
haciendo en clave de Institución formada por hombres y mujeres (estas demasiado
ninguneadas) y organizada de manera piramidal y jerárquica.
Tiempo de oración,
desde la escucha, denominaría yo a esta necesidad urgente. Oración
"escuchante" (que se me perdone la palabra) en la calle, con la
gente, en el tajo, en medio de la vida. Intentando vencer esa gran tentación,
que siempre existe, de hacerla "solamente o como lugar preferencial"
en el templo, cumpliendo con cultos, ritos y liturgias demasiado vacías, muchas
veces. Una oración hecha desde una actitud humilde y sencilla para poder
escuchar ese "grito silencioso" del Dios que habla de manera
constante ya a través de las cosas y las personas, pero, de manera especial, de
quienes se encuentran en los márgenes de la sociedad y de la vida.
¿Cadenas de oración?
Sí, claro. Pero sin paraguas y con las manos bien abiertas para acoger, de buen
grado, el proyecto que Dios quiere en cada momento. En este caso los obreros, y
de qué tipo, para su viña, el Reino
ECLESALIA