El libro del
Eclesiástico (Sirácida 6, 5-17), nos recuerda a todos lo siguiente:
Las palabras amistosas
multiplican el número de amigos,
los labios amables
aumentan los saludos.
Es bueno que te saluden
muchos;
pero que uno solo entre
mil sea tu amigo íntimo.
Cuando hagas una nueva
amistad, vete con tiento;
no te le confíes tan
fácilmente,
pues hay amigos que lo
son por conveniencia
y no son fieles en el
día de la desgracia.
Hay amigos que se
vuelven enemigos
y descubren con afrenta
los motivos del pleito.
Hay amigos que te
acompañan a comer,
pero nunca se aparecen
en la hora de las penas: cuando te va bien, están contigo,
cuando te va mal, huyen
de ti;
si te ocurre una
desgracia, cambian de actitud
y se esconden de tu
vista.
Aléjate de tus enemigos
y sé precavido con tus
amigos.
El amigo fiel es un
refugio que da seguridad;
el que lo encuentra, ha
encontrado un tesoro.
El amigo fiel no tiene
precio:
ningún dinero ajusta
para comprarlo.
El amigo fiel es un
tónico de vida.
Los que aman al Señor
lo encontrarán;
el que teme al Señor
sabe ser fiel amigo
y hace a sus amigos como él.
En relación con una de las últimas frases de este fragmento bíblico, esa que reza «los que aman al Señor lo encontrarán» (en referencia al buen amigo), Hamlet, el célebre personaje de William Shakespeare, dijo lo siguiente: «Desde que mi alma se sintió capaz de conocer a los hombres y pudo elegirlos, tú fuiste el escogido y marcado por ella (…) Dichosos aquellos cuyo temperamento y juicio se combinan con tal acuerdo, que no son, entre los dedos de la fortuna, una flauta dispuesta a sonar según ella guste».
Por todo lo dicho, no me cabe ninguna duda de que alguien que cultiva la espiritualidad juega con ventaja a la hora de elegir a sus amigos; ojo, sin que esta predisposición goce de infalibilidad, puesto que nadie está libre de pecado, ni de llevarse decepciones en lo que a trabar amistades se refiere. Aún así, hay una cosa de la que sí que estoy seguro, y es que la honestidad que le proporciona a uno el vivir cristianamente le ayuda a elegir mejor a sus amigos íntimos y a que, por consiguiente, sus relaciones de amistad más estrechas sean verdaderamente fecundas, sinceras, y atesoren un plus de abnegación y entrega; sin que ello, como acabo de decir, les haga absolutamente impermeables a sufrir desencantos y traiciones.
Aristóteles, por su parte, hizo una prodigiosa clasificación de tres tipos de amistad, que son: las de virtud, placer y utilidad. De esto, se puede inferir que las placenteras son aquellas amistades basadas en la búsqueda de compañeros de ocio; las útiles, esas que son trabadas por un puro interés material; mientras que las virtuosas forman parte de un estadio superior, de una dimensión más noble y elevada, que consiste en las que están fundadas en el amor, la escucha desinteresada, las conversaciones profundas, la entrega y los buenos consejos.
Considero que cultivar
una vida interior acrisolada y fecunda contribuye significativamente a que
seamos amigos virtuosos de nuestro prójimo, a que no todo se reduzca a hacer
planes o a depurar nuestra imagen pública con «gente guapa», aparentemente guay
y fotogénica; porque parece que los hay que eligen a sus amigos para demostrar
lo molones que son en Instagram y en las fiestas de ocasión.
Aunque las amistades más íntimas sean las de virtud, esto tampoco significa que los amigos de placer -véase los compañeros de ocio y cerveza- no sean, en absoluto, nuestros amigos
Sin ánimo de caer en el radicalismo, he de decir que, aunque las amistades más íntimas sean las de virtud, esto tampoco significa que los amigos de placer -véase los compañeros de ocio y cerveza- no sean, en absoluto, nuestros amigos. La amistad, como casi todo, tiene sus grados, por lo que es bueno -e incluso necesario- trabar relaciones amistosas de esta índole.
Bajo mi humilde punto de vista, lo ideal es identificar quiénes son de veras tus amigos de virtud y procurar que los de placer -es decir, los de ocio y cerveza- sean lo más virtuosos posible. Aquí, me permito la licencia de introducir un escalón intermedio entre las amistades de virtud y las de placer, que es al que todos hemos de aspirar; y al que podríamos calificar como las de «placer-virtud» (también, podríamos hablar de «buenos amigos no íntimos»). En resumen, seamos amigos íntimos de nuestros íntimos y los más íntimos que podamos de aquellos con quienes compartamos barra, mesa y mantel.
Seamos amigos íntimos de nuestros íntimos y los más íntimos que podamos de aquellos con quienes compartamos barra, mesa y mantel
A esto, he de añadir que tampoco me parece intrínsecamente malo tejer amistades de utilidad, siempre y cuando sepamos corresponder, con nobleza respeto y pundonor, a quienes nos hagan el favor que buscamos. Bueno, y considerando que los grados de amistad no son estáticos, creo que, también, sería encomiable que transformásemos a nuestros amigos de utilidad en unos de virtud o, por lo menos, de «placer-virtud».
Haciendo un ejercicio
de síntesis de todo lo dicho, considero que la actitud ideal a este respecto
pivota sobre tres ejes, que son:
a) Saber diferenciar entre amigos íntimos,
buenos amigos, colegas y conocidos;
b) Ser precavidos en cuanto a esto último, en
aras de evitar llevarnos decepciones (pero sin volvernos locos por ello);
c) Aunque afinemos el olfato para detectar a los buenos y malos amigos, que esto no nos impida ser íntimos de nuestros íntimos e intentar elevar a la categoría de «placer-virtud» a todos los demás (en otras palabras, si la gente no da ejemplo, que eso no provoque que nosotros dejemos de darlo).