Donald Trump es una
persona muy famosa, raro es el día en que no aparece en los principales medios
de comunicación, escritos y digitales, de todo el mundo. Es un hombre muy rico,
y tiene a su lado las mayores fortunas
del mundo. Y muy poderoso, preside una de las naciones más poderosas, sino la
más poderosa, de las grandes potencias mundiales. Pero, a pesar de todo eso, nos podemos
preguntar: ¿será feliz? Pues ser felices es la aspiración máxima de los
seres humanos.
Para cientos de
millones de personas su situación es envidiable, mucho más de lo que pudieran
soñar. Pero la pregunta sigue: ¿eso le hará feliz? En primer lugar la felicidad
exige la ausencia del temor. ¿Estará Trump seguro de que todo le va a salir bien? En junio cumplirá 79 años ¿no
pensará nunca que el final de la vida se le va acercando peligrosamente? ¿Pensará
que puede comprar vida?
También está claro que la ambición y la felicidad no se llevan bien. Una persona es feliz cuando está a gusto con su situación, con lo que tiene, no aspira a más, no es ambiciosa. Pues no parece ser esa la actitud de Trump. Más bien transparenta una postura soberbia, una aspiración a ser el Señor del mundo, a machacar a todo el que se le oponga.
Además hay un amplio
consenso en que somos felices cuando actuamos como seres sociales, conscientes
de la importancia de las relaciones humanas en nuestra vida, en nuestro
bienestar. Cuando potenciamos nuestras cualidades más positivas, como el amor,
la generosidad y el sentido de justicia.
Pues no se ve por ningún
lado que estas cualidades adornen la personalidad de Trump. De amor y
generosidad no se aprecia ni rastro en las actitudes de Trump. Tampoco el
sentido de la justicia parece muy presente cuando proclama su propósito de
hacer “América grande de nuevo”. Es curioso que se apropie del término América,
así, en general, cuando se refiere a los Estados Unidos de América. Y a esos
Estados Unidos los quiere poner por encima de todo el mundo a costa de lo que
sea.
También parece haberse
olvidado de que todos los actuales norteamericanos, él mismo incluido, son
descendientes de emigrantes que llegaron a esas tierras no en busca de trabajo,
sino arrasando con los pueblos que allí vivían desde tiempo inmemorial. Pues
ahora los emigrantes son un estorbo y hay que echarlos sin contemplaciones.
Puede que, a pesar de
todo esto, o precisamente por todo esto, Trump se considere un hombre feliz,
pero entonces podemos estar seguros de que ha vendido su conciencia por un
puñado de monedas.