Queridos hermanos y hermanas migrantes del mundo: Les
escribo esta carta desde lo más profundo de mi corazón y desde mi propia
experiencia como migrante. Lo hago movida por el amor, la empatía y el respeto
hacia cada una de sus historias y caminos, que también son míos. Deseo comenzar
diciéndoles algo muy importante: no creamos jamás las mentiras de quienes
permiten que el odio nuble la luz de su corazón.
Lamentablemente, existen voces que buscan dispersar
desconfianza entre unos y otros, especialmente hacia nosotros, comunidades
migrantes, ignorando cruelmente que, en la mayoría de las ocasiones, migrar no
fue una decisión tomada a la ligera, sino la última opción posible para
conservar la vida, la dignidad y la esperanza.
Mi intención al escribirles es para afirmar con fuerza
que nuestra dignidad es intocable. Nadie tiene el derecho ni el poder de
arrebatarnos nuestra humanidad, nuestro valor esencial y nuestra capacidad
innata de resistir y florecer.
Deseo profundamente que podamos abrir espacios de luz
en nuestro corazón, porque está allí, en esos lugares interiores, donde habita
la fuerza que sostiene nuestros pasos. Cuando logramos cultivar esta luz
interna, nos convertimos en faros capaces de guiar e inspirar también a otros
en circunstancias similares.
Recordemos siempre que la confianza es tener fe juntos, creer juntos. No estamos solos; Somos muchos los que creemos en nuestra fortaleza, en nuestra capacidad de salir adelante, unidos en una fe compartida que no conoce fronteras. Mantengamos viva esa confianza comunitaria, pues es nuestra mayor defensa frente a las adversidades.
Hace poco escuché a alguien decir que la verdadera
sabiduría es saber vivir, y nosotros lo sabemos bien. En una tierra que no es
la nuestra, cada decisión tomada, cada esfuerzo diario, cada pequeño triunfo
frente a la incertidumbre, es una muestra profunda de sabiduría. Honremos y
celebramos esa capacidad extraordinaria de transformar las dificultades en
aprendizajes valiosos y vivencias dignas.
Tengamos siempre presente que, ante las nuevas
manifestaciones del mal en nuestro tiempo, nuestra misión es profunda e
imprescindible: ser profetas de un nuevo modo, contando nuestras historias y
dando voz a nuestra experiencia. Somos llamados a hacer visibles nuestras vidas
desde nuestra propia verdad, a compartir nuestros sueños más profundos,
nuestros desafíos más reales y nuestras victorias más valientes. Cada
testimonio que ofrecemos es un acto sagrado y necesario, capaz de sanar
prejuicios, transformar miradas e iluminar conciencias.
Con toda la fuerza de mi corazón, los animo a no dejar
de vivir con esperanza, reconociendo la belleza poderosa que cada día trae
consigo, la grandeza oculta y heroica que existe en las cosas simples, y el
inmenso valor que tiene cada gesto de amor y solidaridad que damos y recibimos.
Porque es allí, en esa vivencia cotidiana, valiente y transformadora, donde
reside nuestra fuerza y nuestra auténtica grandeza.
Los abrazo con profunda admiración y respeto,
comprometiéndome firmemente a seguir acompañando nuestro caminar y nuestras
luchas.
Con cariño sincero y solidaridad eterna.
Yolanda.
ECLESALIA